Diálogos cortos para miradas cansadas
Por Bibiana Faulkner

—Te acompañaría a caminar, pero regresé cansado.

Así comenzamos a separarnos.

Las primeras veces lo comprendí. Trabajar una tercera parte del día para una empresa de bienes raíces debía ser cansado. Yo tampoco soportaría ir a vender departamentos y sonreír todo el tiempo, pero él me había ignorado y tildado de loca cuando le dije que se pintara la sonrisa, que eso le causaría menos carga. Yo no le encontré demencia a mi sugerencia, pero él lo encontró así o peor, entonces supe que jamás me tomaría en serio.

—Amor, esta noche no puedo, debo pensar nuevas estrategias de venta.

Era más fácil que me dijera que ya no le gustaban mis senos, que el centro de la tierra los jalaba como si quisiera chuparlos y por eso ya no me deseaba. No tenía que encontrarlo masturbándose en el baño con revistas de Play Boy donde a veinteañeras operadas les pagaban por ser objeto de deseo. Mi negligee ya no era suficiente.

Nuestra casa, que antes veía espaciosa y cálida, ahora me parecía un jardín mal regado, libreros sucios, una cama más grande que un océano, un perro olvidado, comida enlatada, café instantáneo. Nuestra casa era un espacio donde solo cabía la compañía.

—Teniendo años de tu vida a mi lado, olvidaste poner un poco de atención. Las fresas nunca me gustaron y me regalaste un campo para sembrarlas. El gato nos ha abandonado y las hojas secas que pisas por causa del otoño no son yo. Nuestras espaldas son lo único que se une al dormir y no perdí la fe, solo dejé de creer en ti.

Había hablado yo. Tomé mi abrigo y salí a caminar, el final de la historia no me llenaba, pero era lo único que tenía.

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