Por Alicia Alejandra
Twitter: @Alisless
Platiquemos de la ilusión que provoca la distancia: quien no ha querido a lo lejos no conoce el extraño placer amargo de la separación que sirve para reafirmar y quebrantar a los más decididos. De la incertidumbre de no recibir noticias esperando día y noche al lado del celular, actualizando cada minuto el correo electrónico, la distancia provoca un gusto amargo que te hace desear jamás haber comenzado una relación a distancia, nada que te otorgue esperanzas que parecen falsas acerca de la existencia de alguien en otro lado del mundo que dice quererte y que te mantiene vivo solo con la ilusión. Sin embargo te atreves y, a veces, puede ser de las mejores que te pasarán en esta vida.
De esos momentos que vives esperando con ansias que llegue una fecha específica. Así es la vida del humano: vive esperando momentos, por metas que va fijándose en diferentes momentos de su vida; entonces, cuando eres niño, vives para las fiestas con payasos, para los regalos de navidad y Día de Reyes. Cuando eres adolescente, vives para el momento imaginario en el que cumplirás 18 y podrás hacer lo que te venga en gana; luego cumples 18 y te das cuenta de que lo que creías no era cierto, vives para tu graduación de la preparatoria y para tus primeras relaciones “formales”, para decidir qué quieres estudiar y para entrar a la universidad, para el momento en el que encontrarás un trabajo, para la semana de vacaciones que te toca al año, para la boda de tus amigos, para tu propia boda, para tener hijos, para comprar tu casa.
Hace tiempo aprendí que por mucho o poco que nos cueste, debemos de construir nuestros propios momentos por esperar, nuestras propias ilusiones por perseguir y de las cuales vivir. Así que en ocasiones a mí me basta con que una persona cerca de mí esté emocionada de mis logros. Si a esa persona le apasiona una idea, soy capaz de adueñarme de su ilusión y hacerla mía, convertir en mi ilusión el hecho de que los sueños de alguien más se vuelvan realidad. Yo por sueños no sufro, adopto con frecuencia los propios y los ajenos.
Platiquemos de no discriminar a los sentimientos y de adueñarnos de todo lo que nos haga sonreír, de tomar como buenas las ilusiones sin importar de dónde vengan, sin envidias ni reparos. Hablemos, solo si nos complace, de lo que provoca la felicidad.