Por Yovana Alamilla

Twitter: @yovainila

 

 

«No te preocupes», me dije mientras cerraba los ojos y fingía que no sentía su mirada sobre mí desde el otro extremo del lugar; era constante y dulce, aunque unas veces con lástima y otras con ternura, siempre fija y calando sobre mí como si de carbón hirviendo se tratase.

 

«No tengas miedo», dije ya con los ojos cerrados pero sin dejar de verlo, porque él estaba allá afuera pero también aquí adentro, indeleble en mi memoria su imagen y su aroma.

 

Respiré hondo, abrí los ojos y volvimos a evitarnos, a hacer como que nadie se daba cuenta de cómo nos miramos, de cuánto nos costaba fingir y estar lejos.

 

Siempre pensé que dos personas que se quieren podían estar juntas y sobrepasar las circunstancias, pero estar juntos no era una opción, no esta vez. Y es que tal vez si dos personas se quieren sí puedan estar juntas, pero es que tal vez no era mi caso y por eso no pudimos.

 

«Todo pasa por algo», pensé mientras trataba de ocultar que estaba deshaciéndome por dentro.

 

Porque sabía que finalmente él no se detendría,  porque el tiempo y la vida misma no se detienen por nadie por más roto que se tenga el corazón.

 

Porque su vida seguría igual, adelante, y yo debía hacer lo mismo con la mía.

 

Porque en el fondo sabía que desde el momento de la explicación y las promesas absurdas había tomado la decisión de irse.

 

«Todo pasa por algo», me dije entre dientes al ver cómo se alejaba de mí, de todo; sin despedirse, sin nada.

 

«Todo va a estar bien» me repetí en voz alta, muchas veces, hasta el cansancio mientras caminaba hacia la dirección opuesta y entonces me alejaba yo también.

 

 

 

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