Por Yovana Alamilla
Twitter: @yovainila
Sí, lo confieso: algunas veces soy de esas mujeres que se tarda un poco más de lo acostumbrado en contestar los mensajes para que el otro se dé cuenta de que estoy enojada y haga algo al respecto; porque claro que los hombres tienen poderes telepáticos y entienden todo perfectamente sin que tengamos que decirles las razones del enojo, muy lógico el asunto, sí.
De esas que jamás manda el primer mensaje aunque lo extrañe tanto y tenga que apagar el celular y ponerlo bajo la almohada para no caer en la tentación; porque una debe de tener poquita vanidad y debe de valernos que el señor llega tardísimo del trabajo y, que entre todo el ajetreo del día, todavía tenga que acordarse de que él es quien debe de iniciar las conversaciones, así sea en la madrugada, y entonces todavía esperar la hora que se nos dé la gana contestar porque que simplemente conteste los mensajes no es suficiente, e iniciar la conversación nosotras es pecado.
Soy de esas mujeres que se espera mucho –muchísimo– para decir te amo, aunque lo sienta y le queme la garganta la frasecita que no dejamos ni dejaremos salir; porque una debe de estar totalmente segura de que el susodicho sienta lo mismo –y de preferencia un poquito más que nosotras antes de decirlo–, y es que si él no te dijo te amo primero, no te quiere lo suficiente y pues qué pena, mujercita.
También de esas que se siente la mujer chingonsísima aunque apenas pueda con su ropa sucia y llore por las noches porque el estrés, el trabajo, la familia, que para la mamá nunca será suficiente, que los estándares de calidad del papá son altísimos, que los amigos, que los hermanos, que siempre tienes que ser la mejor, y todavía que aquel no inicia la maldita conversación; pero eso sí, siempre que alguien pregunte: todo está bien, porque ¿cómo carajos puede ser de otra forma? Si power woman y diazepam.
De esas mismas que tiene guardada en el clóset a la mujer que siente y que está fuera de prototipos y etiquetas, a la que la sociedad se come viva si la dejamos salir un domingo por la tarde; porque una debe de dejar la empatía para las telenovelas y en la vida real mantener el orgullo y la dignidad tan alto que tengamos que usar tacones de quince centímetros y todavía pararnos de puntitas aunque nos cansemos, aunque ni a esa altura sea suficiente, simplemente porque así debe de ser.
Soy de esas mujeres que a veces se cansa del rol, que quiere hacer rollito los prejuicios, lanzarlos al aire y mandarlos bien lejos con un bat de béisbol; que quiere encerrarse en el maldito clóset, llorar a gusto sin tener que dar explicaciones, entender que no es una obligación cumplirle las expectativas a la gente del derredor, mandar todo al carajo y ser como ella misma quiere ser aunque sea un día, y así para siempre, un día a la vez.