Por Miguel M. Guzmán C.
Twitter: @Mars_Galaxy
La madrugada llegó antes hoy, simplemente lo supe cuando mis manos comenzaron a desvanecerse entre este aire gélido de cambio. Dentro de mí se hilaban cientos de sombras cada una esperando tomar su lugar, discutían sobre quién era la que más había repercutido en mi vida en el año anterior. Yo las miraba asustado, como si supiese que esos fantasmas ya no estaban ahí, que esto era un simple juego de mi mente.
Cada una me lanzaba una mirada siniestra bastante plagada de duda y sospecha, ellas sabían que sentía miedo y lo aprovechaban para tomar rienda de mi apatía e insomnio en turno.
La innegable sensación de quebranto se hizo omnipresente ante mi horror ficticio. Me sentía hecho pedazos ante los alaridos de esas voces que clamaban por mí; cada una sabía que me habían dejado un aprendizaje distinto, pero para mi cabeza todas eran la misma: pasado.
Y era verdad; todo ahí apestaba a moho, a trapos viejos y a polvo. Quedaban muchas telarañas cubriendo las insondables lagunas en las que me hundía sin saberlo. Llegaron de la nada chispazos de pólvora, de grafito y de sangre: eran las guerras perdidas que venían por la revancha para llevarse hasta el último tramo de piel virgen.
Por un momento desistí de confrontarlas, de darles lucha. Me tomaron con sus colmillos y al sentir el filo punzante en mi piel fue que reaccioné. De la nada emergió una espada en mi mano, sin embargo, la lancé lo más lejos que pude y abracé todo eso de lo que huía. Al principio sentí dolor y pesar, después fue tornándose en calidez. Ya no había nada contra qué luchar, solo hacía falta tomar ese dolor y abrazarlo sin miedo de cortarme las manos.
Las sombras fueron disolviéndose en el interior de las lagunas, las telarañas se deshilacharon y con los hilos se tejía una utopía. Me había aceptado y dejado atrás los demonios del año pasado; tal como lo hice el año anterior y lo haré el año próximo.
Ya no eran ruinas ni escombros: era una nueva ciudad. Ya no había miedo, había paz.
