Por Bibiana Faulkner
Twitter: @hartatedemi
Alguna vez salí con un hombre
que solo hablaba de sus ex;
me acosté con él
para sacárselas de la cabeza.
Alguna otra salí con otro
que solo hablaba de football;
me quedé con él un buen tiempo.
Otra ocasión salí con Damián;
él hablaba de libros y filosofía,
por eso solo le hice el amor
a su cerebro.
Después salí con un hombre
que hablaba de mujeres,
de muchas mujeres;
casi me caso.
O como aquella vez de aquel
que me encantaba,
pero escuchaba
únicamente música
de cañerías;
lo dejé, o me dejó,
no recuerdo bien.
Luego conocí mujeres,
pero esas,
esas son historias
tal vez más tristes.
Por eso voy caminando
por la vida escribiéndole
a mujeres porque todas
me han dejado.
Entonces siempre
en encrucijada:
la chica o la cerveza,
la pizza o la chica,
la chica o la otra chica;
la verdad es que ese instante
cambiará tu destino,
pero no tienes puta idea.
Decides ir por la cerveza
y por la pizza y por otra chica
y regresar a hacerle el amor
a la primera desvestida
en tu habitación.
Y te va bien.
Te va estúpidamente bien.
Luego alguna te deja porque
no le gusta que huelas a ron,
a cigarrillos baratos,
a otras.
Se cree muy sana
comiendo pizza
y pastel de chocolate
por las mañanas;
se cree única.
Y sigues caminando.
Y entras a bares
y encuentras a otra chica
que se enamora
del lunar de tu barbilla,
pero cuidado,
es otra estafadora.
Qué importa,
igual no te salvas
de ser ahora tú
la historia triste
de alguna de todas ellas.
Por eso estoy
construyendo una puerta,
porque mujeres como yo
no tienen entrada directa al
cielo.