Por Bibiana Faulkner
Twitter: @hartatedemi
Hoy desperté con el alma deshidratada y los ojos a medio abrir.
Con la almohada mojada.
Con el rímel corrido.
A estas alturas de mi vida no entiendo que debo comprar uno contra agua, aunque a estas alturas de mi vida entiendo todavía muy poco de todo, que lejos de darme coraje, me rompe el corazón. Y es que a mí lo que me cala hondo me rompe el corazón.
Pero no amanecí llorando, amanecí con los ojos pegados por el dolor. Alguna vez leí que se cierran cuando no quieren ver, entonces así sin más uno se vuelve ciego. Y no está mal, nuestros mecanismos de defensa actúan de la manera más sabia, es de las pocas cosas que entiendo.
Dime entonces tú que caminas derecho sin mirarme y sin detenerte, dime qué me lastima tanto, ¿qué me lastima tanto, mujer, haber sido olvidada con premura o no haber podido hacerme inmortal?, ¿qué me inquieta tanto, mujer, que te nombro más de lo que te maldigo? Y porque si no puedo desprenderme de ti, mi amor, mi ridículo amor, ¿me perdonas? ¿Está bien que piense, mi amor, que si todo se rompió entre nosotros fue por culpa del mundo que se cae a pedazos?
Si tan solo hubiera escuchado a mi padre: “si te descuidas un poco las mujeres pueden arrastrarte a la debacle, a una hermosa debacle”. Yo no escuché, ¿a qué altura del infierno estaré? Porque desde que te fuiste todos los días son domingo. El lunes fue domingo y hoy no es miércoles, es domingo. Sin embargo entiendo que para escribir de mañana, del futuro, debo dejar de escribir de ti porque ya no tenemos lugar para pasado mañana, entiendo que con mucha suerte y un chingo de voluntad, ya no será, nunca más, el mismo domingo.