Por Fernando González
Twitter: @DePapelyTinta
A lo largo de mi vida me he topado con un sinfín de personas. Unas salen así como entran; otras permanecen un tiempo y luego se van; y otras, las más importantes, son las que dejan marca. A esas personas les escribo.
A mi madre le escribo que, a pesar de lo que pude demostrarle, siempre fue mi refugio predilecto. Que si nunca la involucré en mis pesares, fue para no romperla más de lo que ya estaba; que nunca perdí la confianza en ella y que lamento no haberle agradecido lo suficiente. A mi hermana, que siempre la quise cerquita aunque la mayor parte del tiempo era más la distancia sentimental que la geográfica; que siempre tuve temor de perderla, si no es que lo hice tiempo atrás. A mi mejor amigo le digo que siempre le admiré bienaventurarse en buscar un amor que le quedara al tamaño de su pecho, y que espero que lo encuentre algún día; que, de todos, siempre me pareció el más roto, pero el menos vacío.
A mis antiguos amores, que no importa cuán cortos fuesen, me ayudaron a no resquebrajarme por dentro; que nunca fueron insignificantes. A quienes algún día herí, superficial o profundamente, les digo que tranquilos, que mi penitencia la pagué cargando con mi conciencia hasta el último de mis días; que lo lamenté tanto que nunca me perdoné, incluso si ustedes sí.
A quienes me hirieron, que no hay rencor; que el amor por ustedes se terminó, pero, siendo esa su penitencia: que les perdono. A quienes me juraron amor eterno y se les terminó, que está bien; que les agradezco haberlo intentado y que permanecieron en mi recuerdo hasta el final.
Y a ti, al amor de mis días del presente, te escribo todas las letras que me quedan hasta el día de mi muerte. Que ayer fuiste mi pasado, hoy eres mi presente y mañana serás mi futuro; que dejaste de caber en mi pecho hace algún tiempo, por eso te guardé en papel y tinta. Que entendí que la mejor manera de prometerte mi amor eterno es nunca dejando de escribirte.
Sucede que hay situaciones en las que nunca pudiste terminar de decir lo que tenías que decir a quienes tenías que decirlo. Que las palabras se quedan atoradas en la garganta y no las sacas ni abriéndote el cuerpo. Que luego es demasiado tarde. Por eso hoy les escribo a quienes nunca terminé de decirles todo, para hacer el alma más liviana y no padecer desde mi muerte.