Por: Daniel Payares
Twitter: @Errordematrix
A diferencia de nosotros, la tortuga nace armada de valor. Deja la tierra para echarse al mar, sin saber de qué está hecho, quién lo habita o dónde termina. Aprenden a volar bajo la línea del horizonte desde muy temprano; no conocen de peso, de caídas, ni de imposibles. El caparazón es su casa, siempre llevan el techo consigo; a diferencia de nosotros los humanos, que acostumbramos llevar las paredes. Cuando dejan una huella es para siempre; el mar no borra sus huellas, las absorbe, porque son parte de él. Toman la vida con lentitud, como quien saborea el aroma del café caliente y lo deja dar un paseo por todo el sistema respiratorio antes de tomar el primer sorbo, porque ya el mundo es lo suficientemente rápido como para luchar contra él. Tienen las mejores líneas de expresión de todo el reino animal, inspiran sabiduría; me hacen recordar a mi abuelo sentado en la mecedora, contando la historia real de cosas que nunca hizo. Manejan con gracia el peso que llevan a cuestas y eso las hace indestructibles; podríamos aprender mucho de ellas.