«Recuerdo que el único lugar donde estabas seguro era mi pecho,
ahora solo quiero que salgas de ahí».
Alberto Cerdeña.
Él, por sí solo, es una historia fuerte, triste, solitaria.
Todo terminó cuando el año comenzó —este 2012— y he llegado a pensar que aunque diciembre agonice, él sigue ahí, conmigo, solo que diferente. Como cuando aprendes a amar distinto porque sabes que el lugar donde siempre estuvo más seguro fue lejos de ti, así.
Me enamoré sin paracaídas después de salir con él durante meses. Horas de pláticas, también de risas, miradas entre ojos grandes (los míos y los suyos), y desnudos del alma. Todo ha terminado con él, hoy tenemos algo que no sé bien cómo se llama, algo así como una amistad extraña que el tiempo y el dolor ha modelado como al barro mojado.
Marc Füglistaller.
Con Marc comencé el año, pero apenas nos duramos lo que el invierno. Un viaje a Cancún y un amor a primera vista, así él. Entre luces y música de moda nos encontramos en la pista de baile, sí sí, ya sé que suena a película, pero así fue. Él hablaba inglés y sueco (su lengua natal); sabía contar hasta el cinco y podía decir “Hola” y “Adiós” en español, entonces nos entendíamos con el inglés, y besándonos. Después el deseo que nada resuelve, el deseo de estar juntos, el deseo imposible. Y la puta distancia. Y el fin.
Elías M.
Las noches de copas y el amor que vienen a veces de la mano. Así comenzó. Después salir a cenar, asombrarme por su caballerosidad y galanura, pláticas de él, de mí, pero nunca de los dos. Nos dejamos porque hay certezas que se sienten solo una vez en la vida y yo jamás la sentí con él, ni el conmigo.
Andy Kaz.
Soy viajera, ¿qué les digo? Me fui a Chicago por casi dos meses y de nuevo las copas y el amor.
—Wanna dance?
Me enamoré de sus maneras y sus frases cortas. Tal vez también de su penthhouse. Y tal vez también de su insistencia por sacarme los otros cuerpos del mío. Después lo eterno de lo efímero, no volvimos a saber el uno del otro.
Kaysen R.
Una cena romántica y permanencia por redes sociales porque no hubo otra manera.
Un renglón, pero otro amor.
Gabriel Zeta.
Y como si las copas y el amor se entrelazaran, ahí vienen otra vez.
México y los dos de cerca, muy cerquita.
Creo que Gabriel fue una ilusión, como un amor de fantasía, ese amor de fantasía que se vive más en horas mentales, muchas más, y no por eso es demeritorio, no.
Ya saben, pláticas infinitas, política, economía, él, siempre él. Y el ansia latente por encontrarnos hasta una noche que cayó en mi cama para soñar sueños distintos y amanecer abrazados, pero nada más.
Otra vez saben, despiertas con certezas y él no era la mía. Todo lo que había existido alguna vez ya no estaba, como cuando el cielo se despeja, así. Como cuando los dos se bajan de una montaña rusa sabiendo que hay un camino de senderos que se bifurcan, como escribió Borges, así.
Diego P.
Diego me hizo llorar. Y está bien porque siempre he llorado para lavarme por dentro, por fuera y todo lo demás.
Al principio reí, y una noche de septiembre me regaló una sonrisa que duró semanas. Diego es la historia que comenzó en el jacuzzi de la reunión de una mujer que estaba enamorada de él. Tal vez esa fue la primera luz roja a la que debí poner atención, pero yo nunca he hecho caso a los semáforos.
Otra vez pláticas, besos, muchos besos, más pláticas de box (su pasión), de psicología (la mía), y más besos. También más luces rojas y mi acelerador al fondo. De haber sabido que tendría un accidente mortal, tal vez lo hubiera hecho una y otra vez.
La verdad es que no sé bien qué salió mal, pero todo se jodió. Durante y al final (desenlace que elegí) porque las ganas unilaterales no funcionan, para luchar por amor hacen falta dos y yo solo era una.
A veces creo que los hombres que me han marcado no pueden sostener ni su propia agonía y por eso no les cabe mi corazón. Después, algunas veces, casi todo el tiempo, creo que no fueron hechos para mí, ni yo para ellos, por eso las cascadas en los ojos, por eso todo.
Luego aprender a decir adiós, a soltar. Después estar completita, pero con un pedacito de mí en su piel, pero adentro, pedacitos míos tan resbaladizos que les inunden todo hasta llegar a su centro, el lugar donde siempre quise estar.