Por Bibiana Faulkner
Aquí está otro de los textos que escribí sintiéndome desesperada, devastada, enamorada de alguien que vivía lejos de mí.
Siempre he creído que si una persona es para ti, sin duda estará contigo, no importa el año, menos el mes, jamás el día. Si alguien es para ti, algún día estará uno frente al otro, tal vez en algún aeropuerto, quizás en alguna cantina, tal vez en alguna calle de ciudad, quizás solo crucen miradas en un pasillo de esos de supermercado, tal vez exista el roce de las manos caminando en algún andén.
Siempre he creído ser paciente y siempre he creído también que me he equivocado al pensarme así, paciente pues. Verás que cuando el anhelo es burdamente insistente, la paciencia se rompe como se rompe el vidrio y nuestra mera incapacidad por desarrollar actitudes ridículas como la paciencia nos hace incluso dudar de cualquier existencia armónica en este mundo. ¡A quién se le ocurre que debo esperar (acaso) años para que la persona, que se supone para mí, esté conmigo! Vaya infamia, ¡Já!, ¡Esperar a que esté conmigo, pero por Dios, ¿a quién se le ha ocurrido?!
Sin embargo, se nos ocurre a nosotros, casi a todos los que entregamos nuestras alas a alguien más. Y bueno, a mí también se me ha ocurrido, no una vez, muchas, pero nunca una como hoy.
Hoy, de regreso a casa, paré en una florería y te compré un ramo de gardenias: vívido, maravilloso, de fotografía, el más chiquito, el mejor. Con ilusión, muchísima ilusión, pensé cuidarlo hasta el día que aparecieras y pensé que incluso en agonía, lo había encontrado para ti.
No creas, no todo ha sido en vano. He desarrollado magníficas ideas, muy claras y muy poderosas, todas ellas de cuánto haría cuando tenga al mundo en mis manos, de lo que haría cuando llegue el día que lo conquiste. He ideado la mejor manera de establecer juntas nuestras ciudades y he decidido acostar el mundo como tablero de ajedrez, acomodaré juntitos todos los países que quieras visitar para cuando no pueda acompañarte tan solo baste un simple movimiento de un peón para regresarte juntito a mí. ¿Ves? Tengo grandes ideas para nosotras, pero no a nosotras.
No importa, todavía no importa porque aún tengo mucha fe; creo tener la suficiente para soportar el momento en el que me llegue la paciencia.
Si vieras de qué manera he estado pensando en hacer más bonitos los relojes de arena, relojes de arena blanca y cristal fino, liso, inusual. Relojes que solo duren seis horas pues es la única diferencia medida en tiempo que tanto me aleja de ti. ¡Pero dime cómo ves! A veces solo me observas y sin decir más que silencio sé que lo he oído todo; y yo, aún sin haberte tocado, me siento a tu lado, te tomo con fuerza las manos y te urjo. Te urjo conmigo.
¿Siendo adulto, has sentido el miedo cuando niño? Sí, sí, yo también. ¿Ves? Y seguimos diciendo que no nos entendemos. Vaya ridiculez. Caramba, de repente siento como si se me agotase la paciencia.
¡Yo también he tratado de meterme en seis horas! Pero tienes que saber otra cosa: esas seis horas también te he buscado. Si vieras qué vulnerable e impaciente me siento aquí, llorando por ti, ¡que ni siquiera te he sostenido una mirada!, si vieras de qué manera te anhelo, si vieras de qué manera me urge instalarte a un costado de mi ciudad, si supieras de qué manera tengo a una mujer de arena adentro de un reloj. Si tan solo supieras que eres tú.
Entonces al hablar de ti me delataba. Siempre creí que me olvidaba de ser grande cuando hablaba de ti. ¿Alguna vez le has preguntado a un niño cómo se lanzó por los dulces de la piñata? Bueno, algo así me sucede, solo que entendí, mientras más niño más grande y mientras más grande, más dolor.
Todo para al final darme cuenta que siento tanto y si cierro los ojos estás y cuando no estás, no sé ser paciente, no sé ser paciente ni sé lidiar sin ti. Nunca aprendí.
No cabe duda que también se pueden vivir amores en tan solo seis horas. ¿Sabes cuánto cabe en seis horas? Yo tampoco, tuve que emigrar igual que tú.
No sabré que será sentirte y aún me tiemblan las manos tan solo de imaginarlo. Aún pienso en ti. Aún me siento débil, disculpa, siempre tuve pies torpes y es culpa de ellos el no haberte podido alcanzar, ¿alguna vez lo habías pensado?
Y ¿sabes? nunca te busqué en alguien más, caray, nunca quise, jamás hubiese podido. A pesar de haber estado con tantas personas divinas con tanto por enseñarme y tanto cariño por mí, todo, todo el tiempo, en la inmensidad y totalidad de lo que dura un minuto, siempre estuviste ahí.
Me quedo aquí, sentada en el andén, no sé si esperando por ti, pero muriéndome por decirte que te arriesgues conmigo, que tal vez eso fue lo que traté de decirte incluso más de seis horas.