Por Bibiana Faulkner
— O usted podría conseguir el trabajo de, no sé, otra manera.
— ¿Esto es una invitación sexual?
— No, es la garantía de que el puesto será suyo.
— Puede meterse la garantía por el culo, gordo mamón.
Era la primera entrevista del día y el muy hijo de puta amenazaba con haberlo arruinado completo. Yo no entendía cómo funcionaba la cosa, entonces imaginé a todos los que tenían el puesto que yo quería, mamándosela a “Camilo Rodríguez a sus órdenes, me hace una mamada excepcional o estamos perdiendo tiempo”.
En ese momento, todos los años de mi vida que había rehusado a usar cierto dicho del populacho mexicano, conspiraba en mi contra, “El que no mama no avanza”. Ahora resultaba que si no mamamos, involucionamos.
Yo estaba segura de no ser un animal, pero no estaba segura que los demás no lo fueran, ni que ellos lo supieran. Perdería tiempo en cualquier debate porque existían quienes no podían defenderse no porque no quisieran, sino porque no tenían ni puta idea de cómo hacerlo. Sin embargo, también había por quienes ganaba juicios. Por supuesto que existe un mundo tan ingrato como cruel, y dentro de este, vivimos personas a las que se nos llama irreverentes por no mamársela a un gordo hijodeputa.