Por Mayra Carrera

Twitter: @Advanita

 

Te lloré en esta cuidad y en aquella.

 

Te lloré en la soledad, en la alegría, en la borrachera, en las calles, en el metro, en el autobús, en el avión, en la tristeza, en la ida al aeropuerto. Al llegar, al estar, al ir, al quedarme; te lloré en la carretera, en el metrobús, en la noche, en el día, en la lluvia, en el calor de las 3 de la tarde, en el taxi, en el callejón, en la iglesia.

 

Te lloré frente al ventanal del departamento de Reforma 222, te lloré en una cama ajena; te lloré frente a gente extraña; te lloré porque pude llorarte, porque quise, porque me haces falta, porque tu recuerdo es más grande que tu ausencia.

 

Te lloré en Polanco, en La Condesa, también en La Roma; en el café a media tarde donde me dibujaron una flor que quise darte; te lloré en el teatro, en el ecocardiograma, en el clonazepam, en el Malbec, en la cena con los amigos. Te lloré porque quise, porque te extraño, porque tu rostro está más grabado en mi mente que las arrugas en mi frente.

 

Le hablé de ti a mucha gente, a mi mejor amiga, a mis seguidores, a mis amigos, a las personas que admiro, a los recién llegados, a los recién conocidos, a los de siempre. Le hablé de ti a mi almohada, a mis arcanos, al piso donde solía acostarme; hablé de ti en el súper mercado, en la vinatería, en la cantina, a los ricos, a los letrados, le hablé de ti a quien no me escuchó.

 

Te lloré calladamente, te lloré a gritos. Sola o acompañada, yo te lloré.

 

Te lloré y te lloro en esta casa, en el escritorio, en mi cama, en mis libros, en el café de las 9 de la noche, en cualquier partido de la NFL; hablo de ti en mis escritos, en mi cuenta de Twitter, les hablo de ti a mis amigos los famosos, a los desconocidos y hasta a los que no les importa.

 

Te lloré en una sala de espera cuando el corazón se me cansó de extrañarte, cuando no le quedaron fuerzas para latir porque lo habías acaparado todo.

 

Te lloré en litros de licor en aquel bar al que entré en la peor facha. Te lloré en el baño de ese mismo lugar y le hablé de ti a la señora del papel a la que nunca le di un centavo.

 

Te busqué de mil maneras y no pude encontrarte. Te escribí diez historias que no leerás, te lloré cien lágrimas y hablé de ti en dos mil palabras.

 

Te lloré, te añoré, te extrañe, le hablé de ti a todos los que me leen, a quien quiso escucharme.

 

Te vi solo 12 horas y te he extrañado 1200.

 

Este es el último escrito, la última lágrima, la última vez que hable de ti.

 

Fuiste un momento, una noche, trece caricias, veinte besos, trescientas palabras, cincuenta miradas, tres lanzamientos; un regalo con fecha de caducidad.

 

Eres tierra de jardín fértil y yo soy un desierto.

 

Eres ese lanzamiento que me niego a batear.

 

Eres ese recuerdo que estoy obligada a olvidar.

 

Eres ese juego de grandes ligas que perderé por default.

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