Por Tlaloc-Man
Twitter: @merodeadormty
“Realmente la felicidad no tiene historia.
Esta la podemos disfrutar en la vida real,
pero resulta muy tedioso tratarla en la literatura”.
—Juan Villoro.
Una chica linda, una canción comestible, un fantasma, recargados los dos con los ladrillos de la pared desgastados, su cabellera cayendo en sus hombros como una cascada psicodélica, ambos fumando cigarrillos y compartiendo audífonos: ella el que trae la letra “R” y tú el de la “L”.
Le dices moviendo la boca, sin emitir sonido alguno, que el track 11 es el mejor aunque esa melodía que escuchan, la seis, está igual de potente.
Igual, hermano mío, no será tuya en todos los meses que te quedan en la ciudad; igual ella quiere ser tuya, pero también quiere ser de alguien más. No sabemos si al mismo tiempo sería cuestión de practicarle hipnosis. Está indecisa la dama, necesita que alguno de sus pretensos le demuestre que su termostato interior se ve afectado cuando ella está cerca.
Ambos mirando el cielo mientras las bocas simulan chimeneas sin despegarse demasiado por dos hilos negros de plástico que conducen corcheas y fusas. Bonita postal, mas le falta reconocerse como un conato de encuentros químicos entre los complicados melómanos que mueven los pies al ritmo de la batería.
Están deshechos el uno por el otro. Son timoratos especímenes que si obedecieran más a lo que pregonan las canciones del disco que ya llevan escuchado por más de 40 minutos, estarían en pleno truque del beso. Quién pensaría que una señorita con el cabello pintado de tres colores fuera tan imprecisa en lo que siente.
Caer enamorado para ti no es una expresión correcta; más bien: estar enamorado implica, clínicamente hablando, lo contrario. Es un trámite que consiste en desafiar ciertas leyes de los cuerpos que nos ha obligado a desvariar milenariamente con el deseo de despegar las extremidades aunque fuera al menos veinte centímetros del suelo.
Llama la atención que ya estén a unos minutos de despedirse sin ni siquiera cotejar sus opiniones del nuevo disco de esa banda inglesa que ha hecho que los átomos de ambos se revuelquen más de la cuenta. A pesar de esto, lo más curioso está pasando en el cielo con esa arcoíris que promueve, con ese color negro inédito en sus entrañas; que la vida tiene un límite. Por lo que a una oportunidad no hay que permitirle que deje de ser eso: una oportunidad.
Portas una playera que muestra guitarras pintadas con la bandera de Inglaterra. La portas ya que sabes de dónde proviene el aliento del género musical que tantas loas le has dedicado.
Si pudieras, tendrías muchas guitarras colgadas en tu cuarto; de todas las marcas, todas las clásicas, rarezas, extravagantes, incluso una de esas guitarras que se asemeja a un violín, esa guitarra que tanto le gustaba a aquella chica que más le has gustado. Recuerdas cómo te señalaba en el último salón de clases en el que estuviste, esa frase pintada en “la pared” que su única razón de ser era servir de papiro poético. Allí se ponían frases de amor o desamor de alter egos posesos por esos frenesís.
I wanna be yours,
luego le ponía un montón de corazones alrededor.
Aquello te causaba gracia porque desconocías el significado. Por supuesto, ahora el derrotero puedes prestidigitarlo de una manera posible, solo una: poner la canción y señalarle a la chica que hoy te tiene un hormiguero interno, que el título de la canción es lo que más deseas con ella sin ninguna clase de eufemismo ni hipérbaton.
Le tocas el hombro para anunciarle que la número once es el track que sigue.
I wanna be yours.
Ella lee de tus labios.