Por Gabriel Umaña

Twitter: @literficio

 

Supe que la vida no sería fácil desde el día en que esa despiadada niña de ojos azules me robó el almuerzo en el colegio. No fui capaz de decirle nada, sólo me quedé mirándola. Ella sonrío con amabilidad. Al día siguiente le escribí una nota y esa sería mi primera carta de amor. Nunca se la entregué, aún la guardo en mi escritorio.

Años después descubrí a las groupies, esas jovencitas sin sostén que persiguen a los cantantes de rock. Estuve persiguiéndolas, pero nunca las alcancé. Lo que logré fue adueñarme del beneficio de su música, por eso interpreto mi banda sonora mientras monto en bicicleta. Hablo solo cuando nadie me escucha, escribo cuando nadie me lee y canto mientras estoy dormido. Quise ser futbolista, pero fracasé. Tal vez por eso me dedico a escribir, para tratar de hacer con las manos lo que nunca pude hacer con los pies: ni jugar fútbol, ni bailar.

De Norman Mailer, inspirador de Jim Morrison, aprendí que los tipos duros no bailan. Lo triste es que lo hice después de años de sacudir mi cuerpo en las discotecas tratando de conquistar a alguna mujercita floja de carnes. Con Raymond Carver supe de los silencios y la forma que tienen las mujeres para callar lo que sus ojos gritan; Saramago me enseñó a ver más allá de la ceguera blanca; Miller, a identificarme como corrompido; Bukowsky, a escuchar música de cañerías; Houellebecq, a ampliar mi campo de batalla; Hrabal, a comprender el ruido de mi soledad; Foster Wallace, a amar las niñas de pelo raro; Bolaño, a no creer en putas asesinas; Beigbeder, que el amor dura tres años, y Chaparro Madiedo lo más maravilloso de todo: que el opio se encuentra en las nubes.

Lo cierto es que en cada espejo mi reflejo es diferente. Soy un joven con espíritu viejo y soy un viejo con espíritu joven. Nunca he ido al cine solo, ni he tenido una mascota. Crecí escuchando las rancheras que le gustaban a mi abuela e imaginando las historias que contaba mi abuelo. Soy sólo eso, los fragmentos que han quedado encallados en mi mente como vestigio de los naufragios de los pocos libros que he leído, de la música que escucho y del cine que he disfrutado.

 

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