Por: Mayra Carrera
Twitter: @advanita
Odio a la gente que es feliz.
Odio a la gente que sonríe, le dije a mi cobija. Ah, sí, es que yo platico con mi cobija, no me critiquen, ¿acaso no hay gente que habla con las plantas? Uno puede hablar con quien quiera: hablar con objetos inanimados es genial porque no responden, y a veces uno quiere que nadie responda, solo que lo escuchen, no sé si mi cobija me escucha, pero yo igual hablo con ella.
Estoy amargada, le dije mientras con mi dedo índice le quitaba una pelusa, una pelusa que debió de estar en mi ombligo, según leí por ahí, pero yo en el ombligo no tengo pelusas, tengo mugre, o creo tener mugre, no lo sé, hace mucho tiempo que no me veo el ombligo, y no es porque no quiera, es porque no alcanzo a verlo.
Tengo roto el corazón, le dije a mi cobija, desde hace mucho tiempo siento que el corazón en lugar de latir me llora, a veces ya ni lo escucho, pero sé que está ahí, sintiendo todo. Sólo mi cobija sabe cuánto he llorado, que si guardara mis lágrimas podría volver a inundar el Nilo, por eso hablo con mi cobija, sólo ella sabe lo que callo, lo que lloro, lo que odio, lo que maldigo.
Maldigo a la gente que tiene un hogar feliz, la que sale contenta en las mañanas rumbo al trabajo, la que hace una fila en el banco, la que va al supermercado y mientras escoge los tomates ríe, ¿de qué demonios se ríen? Odio hasta que me pregunten cómo estoy, ¿acaso no me ven la cara de pocos amigos?, ¿este paño hace verme muy feliz? La gente es muy hipócrita, suele preguntar cómo estás cuando saben que está llevándote la tristeza; la gente es muy desgraciada y sin corazón, y aún así sonríe, y aún así va por ahí siendo feliz.
Cobija, odio la ciudad, odio esta maldita ciudad, la gente ríe y hace bromas en medio del tráfico infernal, la gente es feliz aún en las peores situaciones, y sólo lloran cuando matan a alguien en la novela o cuando el capítulo de La Rosa de Guadalupe es muy triste, o porque matan un perro, la gente llora por ese tipo de cosas, porque Lucero se separó de Mijares.
Hoy, en un acto de mera desesperación lavé mi cobija, tallé con las manos cada pedazo de tela queriendo que toda esa tristeza se fuera con el agua y todas esas lágrimas, esos odios, esas maldiciones, ese dolor profundo de cada noche donde pienso sin decirlo que ojalá ya me llevara Jenni Rivera, o Facundo Cabral, quien sea, pero que me lleven. Una noche recuerdo que hincada y vencida, le pedí a mi nana que me llevara. Esa misma noche la soñé sentada con su bordón diciéndome: “Yo no me llevo chingaderas”.
Por eso estoy aquí platicando con una cobija, no sé, quizá mañana platique con un elote, siempre será mejor platicar con un objeto porque no responden y los humanos somos muy desgraciados, no sabemos escuchar, los humanos siempre vamos, ante todo, a juzgar.