por Arturo Garmendia
La Jornada de hoy (29/07/2004) trae una nota en primera plana, firmada por Paco Ignacio Taibo II, en la que rememora los sucesos del 10 de junio de 1971 a partir de la evocación de dos caja de papel fotográfico Kodak en su poder, conteniendo más de un centenar de fotos sobre la masacre deestudiantes agredidos por los halcones en esa fecha fatídica. Un párrafo de la nota llama mi atención. Dice Taibo II a propósito de las fotos: “Creo que llegó la hora de que reaparezcan. No son nuestras. Fuimos accidentales depositariosdel trabajo arriesgado y anónimo de decenas de compañeros. Si algo me ilusiona de traerlas a la luz es la posibilidad de que sus autores se identifiquen”.
Conozco del asunto. Un paquete similar llegó a nuestras manos, las de la redacción de la revista de crítica cinematográfica 35 mm., que motivada por el indignante sucesos trasformó en grupo cinematográfico independiente y anónimo,y bajo el rubro de Grupo Contrainformación produjo el cortometraje Junio 10: Testimonio y Reflexiones un año después para denunciar el hecho e intentar, a través de su exhibición y debate, revitalizar el movimiento estudiantil en derrota. Esta es la historia.
Antecedentes.
Seis integrantes de la Generación 1967 del Centro de Estudios Cinematográficos (CUEC) de la UNAM decidimos dedicarnos a la crítica de cine, y para el efecto fundamos el Boletín Cinematográfico 35 mm., a semejanza del que a principios de los sesenta editaran Emilio García Riera y el grupo Nuevo Cine. Para 1971 el grupo se había renovado y el boletín pudo transformarse en una modesta revista, animada principalmente por Rafael Úbeda (QEPD), Oscar Alzaga, Josefina Morales y quien esto escribe. Todos teníamos, en mayor o menor medida, vocación por la realización cinematográfica, y ya habíamos hecho colectivamente nuestros pininos con el documental Horizonte, Chiapas el año anterior, patrocinados por el Instituto de Investigaciones Geográficas de la UNAM.
Politizados por el movimiento estudiantil de 1968, y conmovidos por el llamado Tercer Cine (por homologación con el “Tercer Mundo”) Latinoamericano, quedamos impactados por la exhibición de la película argentina La hora de los hornos (1970) de Solanas y Getino, una monumental epopeya de varias horas de duración sobre la lucha de ese pueblo por su independencia económica y contra el imperialismo. La cinta incluía una revisión histórica sobre la economía, política y sociedad de ese país, segmentos dedicados a la lucha de clases, la insurgencia popular, las condiciones de vida de los marginados y finalizaba con un llamado a los espectadores para permanecer en el cine a debatir sobre la situación presentada y decidir, ¡ya! en qué organización militar parasolucionar definitivamente la situación. Iniciamos entonces una exhaustiva investigación sobre historia, economía y sociedad mexicanas, con miras a realizar la versión nacional de dicha película.
El otro acontecimiento que nos motivó fue la entrevista que sostuvimos con elmultipremiado documentalista cubano Santiago Álvarez, cronista fílmico de la Revolución Cubana, autor de la crónica sobre el levantamiento del 26 de julio De América soy hijo y a ella me debo (1970), quien enterado de nuestras inquietudes políticas y cinematográficas sentenció: “Para hacer cine, tienen toda la vida por delante: lo que hay que hacer ahora es la Revolución”. Menuda carga dejó sobre nuestros hombros, la que además tuvo por efecto inclinar a unos de los miembros del grupo hacia una opción, y a otros hacia la segunda.
Ante esta alternativa nos sorprendió el 10 de junio de 1971. Los líderes estudiantiles en el exilio regresaban y los presos políticos del ‘68 eran liberados. La manifestación programada con su asistencia para ese día significaría la continuidad del Movimiento, aletargado por la represión y el encarcelamiento. La opción revolucionaria volvía a ser viable.
Desgraciadamente, no fue así. Echeverría no iba a permitir que aquellos anhelos democráticos que atentaron contra la estructura monolítica del poder en el ’68 resurgieran; y vino nuevamente la represión. Se volvió a instalar ese deprimente estado de ánimo bien descrito por Paco Ignacio Taibo II, el del sudor inexplicable en las manos, las visiones culposas de amigos en la cárcel, el de la pesadilla recurrente en la que te metían la cabeza en un balde de agua sucia: el del miedo a un aparato estatal que reprimía,detenía, torturaba, desaparecía, asesinaba…
El movimiento se paralizó, pero en medio de nuestro desconcierto aparecieron las fotos de marras, asi como filmaciones en 8 mm., grabaciones de radio patrullas que coordinaban la represión y testimonios de las víctimas de la violencia oficial. Contrastaba la calidad técnica de las primeras con la imperfección artesanal de los otros materiales, y esto era así porque el autor de ese testimonio gráfico era un fotógrafo profesional extranjero que había sido presentado al grupo por Josefina Morales,proveedor de las mejores empresas publicitarias del momento y renombrado artista gráfico, reconocido internacionalmente.
Había asistido a la manifestación y con su mejor equipo había registrado, de principio a fin, los acontecimientos. Nos lo entregaba para su difusión como aporte a la causa de los estudiantes democráticos, con la condición de no revelar su nombre en razón de su situación laboral y migratoria, fácilmente comprensible. En razón de ese compromiso no revelo su nombre; sin embargo creo necesario rendir este testimonio para contribuir a registrar, al menos en parte, ecos y reflejos de un acontecimiento histórico que nunca debe repetirse.
Cómo se hizo…
Se ha puesto de moda rodar paralelamente a una película un documento sobre cómo se realizó. Vale la pena recordar cómo se hizo ésta: forma parte de la historia de nuestro otro cine: el independiente, el marginal, el político.
Una vez en poder de las fotos, el grupo decidió avanzar por el camino del cine político. Haríamos un documental sobre las premisas de La hora de los hornos, toda proporción guardada. Se concentraría en los sucesos del 10 de junio, buscaría ser sumamente objetivo y tendría como propósito principal contribuir al debate, en los medios estudiantiles, sobre cómo continuar el movimiento. El problema era ¿cómo avanzar en el proceso técnico?.
El grito, la película del movimiento del ’68 se hizo gracias a la infraestructura, recursos y personal docente y estudiantil del CUEC; otros compañeros filmaron inicialmente en Super 8 mm., para lo que no requerían mas que “una cámara y una idea. Nosotros aspirábamos a filmar en 16 mm.
Estábamos de suerte: Rafael Úbeda se contrató en una compañía publicitaria que no tenía mucho personal ni mucho trabajo, y eso nos dio oportunidad de acceder a un equipo y unas instalaciones adecuados. Luego, hubo que disponer las 113 fotografías en una secuencia cronológica, tratando además de que hubiera coherencia espacial entre ellas; y en el momento de filmar utilizar un juego de lentillas que nos permitiera obtener detalles de las fotos, asi como desplazamientos laterales o zoom sobre las mismas. Más sencillo resulto rodar el material complementario, básicamente una ceremonia oficial el 15 de septiembre ante la columna de la Independencia, con la participación del presidente y su gabinete en pleno, y el desfile militar correspondiente, asi como un recorrido por las oficinas centrales del PRI, en Insurgentes Norte.
El problema vino cuando intentamos revelar lo filmado. Bien sabíamos que había un férreo control estatal sobre los laboratorios que procesabanmaterial fotográfico o cinematográfico. Cuando uno mandaba revelar un simple rollo de fotografías que contuviera imágenes “inconvenientes” políticamentea cualquier establecimiento comercial, lo más probable es que recibiera una disculpa y un trozo de celuloide velado. No podíamos, entonces,arriesgar nuestro proyecto. La solución fue improvisar nuestro propio sistema de revelado: Construimos bastidores de madera donde enrollamos la película, y los sumergimos en tinas colmadas de químicos para obtener un negativo. Ahora necesitábamos una copia positiva para hacer el montaje, pero no teníamos a quien acudir. Pasaron así varias meses. Intentamos, con material de descarte, obtener positivos en la frontera y aún en Estados Unidos, con el previsible resultado del producto estropeado.
A esto se añadió el elemento del miedo: con razón o sin ella nos sentíamos vigilados, perseguidos. Los teléfonos sonaban a altas horas de la noche, persistentemente, y nadie contestaba al levantar el auricular. Creíamos que autos sospechosos rondaban nuestras casas. Finalmente decidimos jugarnos el todo por el todo: Aprovechamos el contacto con alguien que trabajaba en el área de comunicación social de una dependencia gubernamental para enviar por su conducto a un laboratorio, como material oficial que requería revelado, nuestro trabajo disfrazado como un documental sobre el “Año de Juárez”, cuyo centenario mortuorio se conmemoraba ese año. Con censura o sin ella, el material pasó la prueba y pudo hacerse el montaje que daría su concreción final a nuestra película.
El resto fue más sencillo: Oscar Alzaga (abogado democrático y hoy funcionario del Gobierno del Distrito Federal) entabló una relación amistosa con el Sr. Chavira, veterano técnico del cine nacional quien poseía unos laboratorios en las calles de Querétaro, en la colonia Roma, y ahí se hicieron las primeras (y únicas)copias de Junio 10, Testimonio y Reflexiones un año después, hoy depositada en la Filmoteca de la UNAM.
El cortometraje del 10 de Junio.
La cinta dura algo más de veinte minutos y consta de un prefacio,en el que se caracteriza brevemente al país como uno dependiente del imperialismo, que sufre el poder monolítico de un partido de estado hacia ya más de treinta años y cuyo movimiento estudiantil había sido sangrientamente reprimido. Pero ahora salía nuevamente a las calles. Venía a continuación la secuencia del halconazo, que tenía como único comentario sonoro una monocorde composición electrónica in crescendode Ligetti,que cerraba con un fundido a negro. A continuación no quisimos dar una opinión personal o grupal sobre el acontecimiento, y dejamos que representantes del movimiento estudiantil nos dieran una opinión sobre los sucesos y nos plantearan alternativas propias o de su organización para los estudiantes. Los entrevistados fueron Pablo Gómez, entonces dirigente de las Juventudes Comunistas; Gilberto Guevara Niebla,quien había sido representante de la Facultad de Ciencias ante el Consejo Nacional de Huelga; Eduardo Valle Espinosa, “el Búho”, de la Facultad de Economía, yFausto Burgueño, académico del Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM, en razón de su origen sinaloense y portador de la experiencia de la UAS, que recién había sido atacada por el virus ultra-izquierdista degrupos seudo estudiantiles corruptos, supuestamente radicalizados, que atraían la represión a los movimientos universitarios genuinos por la vía de la provocación a la sociedad, táctica que se generalizaría en adelante.
Finalmente la película mostraba, mediante una sucesión de imágenes, rótulos y encabezados periodísticos, la situación reinante: caos, miseria, Genaro Vázquez y Lucio Cabañas en la sierra, guerrilla urbana, violencia oficial ¿Qué hacer ante todo ello?. El movimiento estudiantil no nos respondió explícitamente. Las exhibiciones en los cine club no eran muy concurridas, los debates fueron escasos, el desánimo reinaba en el campus.
Era señaladamente un momento de repliegue; pero al poco tiempo se encontró una salida: Había que abandonar las aulas para ir al soñado encuentro con el proletariado: los electricistas los telefonistas, los trabajadores de la industria automotrizdesplegaban la Insurgencia Obrera y los estudiantes se involucraron con el movimiento sindical independiente, en la lucha contra el “charrismo”,en el apoyo a la Tendencia Democrática, en el fortalecimiento de las organizaciones políticas…
En otros ámbitos, la lucha continuaba. El cine militante debía reinventarse, ir ahía donde ahora estaba la necesaria democratización del país.