Año nuevo, soledad nueva
Por Bibiana Faulkner
Tener una lista con 12 propósitos para todo el año es pretencioso e insuficiente. La noche del 31 que se espera Año Nuevo, a 20 minutos de la llegada del 2012 casi me atraganto con las uvas para la famosa cuenta de los meses; me comí 11 porque una estaba podrida y mi familia reunida me miró con apatía. No cabe duda que cuando las tradiciones se rompen, también se rompe la empatía.
- Dejar de pasarme los semáforos en ámbar porque este año me trataron de extorsionar al menos una vez por mes.
- No enamorarme de Rebeca, la bailarina del club nocturno que visito con frecuencia.
- Mantenerme sobria al menos dos días a la semana.
- Analizar mejor los equipos de football para dejar de doblar las pérdidas de las apuestas.
- Tejer un suéter con la delicadeza de que lo hacía mi abuela difunta, porque así también tejía su vida.
- Cambiar el ron por el coñac.
- Dejar que mis hermanitos vivan plenamente su infancia, la última vez les dije que Santa Clos no era gordo ni se vestía tan rimbombante.
- Impedirme beber café americano en una taza de espresso.
- Comprar un perfume distinto, el que uso enamora a quien se me cuelga del cuello o de la espalda.
- Aprender a lamer las heridas como los gatos para que mi paciencia disimule mis ganas de llorar.
- No volver a quemar un texto por la pureza de la furia porque son partes de mí que no se regeneran.
- Evitar entregar mi corazón en manos de quienes no pueden sostener ni su propia agonía.
- Vivir para escribirlo.
Así hubiera sido mi lista, tan pretenciosa como faltando a la regla de los 12. Hace años que dejé de escribir propósitos, que más que eso, eran deseos. Existen deseos que están al alcance de nuestras manos al igual que los propósitos, pero preferimos pedírselos a un año que aunque nuevo, ya nos conoce, porque el tiempo es sabio y es viejo, porque es no renovable y es astuto, porque nadie le ve la cara, porque el tiempo todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta, porque el tiempo en eso se parece al amor en 1 Corintios 13.
No sé si deba preocuparme el ser empática con mi familia en las próximas fiestas, o yo repartir las uvas para evitar las podridas, o decidirme a invitarle un café a Rebecca, o utilizar la misma exquisitez de Paco Rabanne, o tal vez nada de esto deba preocuparme. La magia de los años nuevos se rompe cuando ya no nos equivocamos en la fecha escribiendo “2012”, cuando los propósitos se vuelven deseos inalcanzables, cuando nos alcanza el ayer, como el título de un libro que escribió un hombre que pasó 70 años en prisión por la injusticia pura de un sistema legal deficiente.
Todo para externar que el año nuevo nos deja más solos si eso queremos, o más juntos si eso buscamos, o más aferrados si eso no necesitamos. Todo para escribir otra vez que si el león no es como lo pintan, tampoco lo es el amor, ni los semáforos en ámbar, ni los gatos que buscan con desesperación sanar sus patas para volver a andar sobre vidrios tras una gata que les dejó.