LOLA LA LOCA
(Cuento)
Lola la loca le decían. Y, muchas veces he pensado si de verdad estaba loca. Yo soy su único amigo, aunque a veces no me trata tan bien que digamos, pero…no tengo a nadie más, ni ella tampoco.
Día tras día caminamos sin descanso, despacio, pero siempre caminando. Lola , con sus ropas sucias que huelen a mugre, negrísimas… de un negro brilloso…la falda larga casi hasta el delgado tobillo que se deja ver tan negro como sus pies descalzos que se mueven con ligereza, y hacen volar sin gracia la sucia falda con el viento de la tarde invernal en pleno centro de la ciudad de México.
De gente en gente, de tienda en tienda, Lola la loca extiende sus dedos muy largos, siempre en espera de que le den algunos centavos con los que después, en la noche, compra pan y vino…a mí me da pan, porque sabe que no me gusta el vino…
Ese Domingo fuimos a la Alameda Central, llegamos caminando desde la Merced, donde siempre dormimos en unos locales llenos de basura con un olor muy penetrante, entre ácido y putrefacto que ni a ella ni a mi nos molesta.
Yo ya estaba muy cansado y sólo había comido un pedazo de hamburguesa que me encontré tirado en una banqueta de la calle Madero y unas pocas papitas que se le cayeron a un niño gordo y llorón frente a Bellas Artes.
Tan pronto llegamos a la Alameda, me tiré sobre el césped verde y fresco, descansando a mis anchas y estirándome cuan largo soy para que me acariciara el sol. Un niño que pasó me invitaba a jugar, pues me hablaba y mostraba una pelota roja con estrellitas como las de la bandera gringa, pero yo no le hice caso y cerré los ojos tratando de dormir; pero con el rabillo del ojo vigilaba a Lola, ya que de repente se me perdía y sólo por su olor podía encontrarla.
Ella iba de gente en gente, contándoles muchas cosas –siempre las mismas—habla y habla, con la mano tendida y exigente. Algunos le daban una que otra moneda, otros, la mayoría, sólo la escuchaban y bajaban los ojos como queriendo acallar sus conciencias que muy dentro les gritaba que ellos eran en gran parte culpables de la existencia de gentes como Lola la loca; pero aún así no le daban ni un cinco.
Pienso que no le creían o no les importaba lo que aquella mujer les decía y les incomodaba tenerla enfrente, ver aquella cara que de tan sucia, no se le distinguían bien las facciones y enmarcada por un cabello tieso y corto, que más que cabellos, parecían alambres enredados; la que con voz monótona y clara les decía tantas incoherencias. O tal vez no querían verla para acallar sus sentimientos que saltaban, prestos, a sus cabezas que querían olvidarse –en su Domingo en la Alameda – de sus problemas, de sus pobrezas, de esa enfermedad que afecta a toda la humanidad y que es la infelicidad; o de su soledad, de tantas cosas en que se sumergen las almas de los humanos, y esa mujer les recordaba su propia e infeliz vida.
De repente ya no la vi, y perezosamente me levanté para buscarla. Ella había cruzado hasta el prado de enfrente y se dirigía hacia una pareja de edad avanzada que descansaban sentados en una banca bajo un frondoso árbol, los que al verla caminar hacia ellos, la observaban, y quise o me pareció ver en sus ojos un bello brillo de compasión. Por eso me acerqué a ellos, esperando que me tomaran en cuenta aunque fuera un momento.
El matrimonio escuchó calmadamente todo lo que Lola les decía, y después con ademanes lentos, el señor buscó en la bolsa de su saco, tomó unas monedas y las puso sobre la extendida mano de mi amiga, la que tan pronto recibió el dinero, siguió caminando para seguir en su diario y repetitivo “trabajo”. Yo me quedé un momento más mirando a aquellos ancianos, de pie frente a ellos que me miraban también con simpatía, y me sonrieron.
Un agradable calorcito invadió todo mi cuerpo y vi más radiante el sol y sentí menos frío.
¡ Ey ¡…Lola ya iba muy lejos y corrí tras ella a alcanzarla. Mientras me alejaba, escuché la voz del hombre que le decía a su esposa:
-“Mira, ahí va un verdadero amigo, el que nunca abandonará a su compañera…”
Y ella respondió: -“ Sí, es cierto, y, además, que bonito perro!” –
Fin.
1991