Por Maru Luarca
Twitter: @Lady_Micu
¿Recuerdas aquella tarde en que recorrimos todo el campo de la piel hasta encontrar un río violento de lágrimas? Tu aliento tibio trazando camino por las pequeñas perlas en mi dorso y los dedos trenzados en un nudo indivisible.
¿Recuerdas septiembre con la brisa fresca entrando por la ventana?
—El cielo tiene celos de verte conmigo—, decías, mientras el gris de la tarde estallaba en luminarias eléctricas y Nina Simone cantaba Sinnerman para nosotros.
Si cierro los ojos el tiempo suficiente, puedo ver tus ojos y redibujar con detalle el reflejo de mi piel desnuda en tus pupilas. El corazón nos latía muy aprisa, cómo un tren recorriendo sin frenos el desierto.
Podría sumergirme en el eco de tu voz profunda mientras recuerdo la fuerza de tus manos apretando mis flancos y elevándome hasta encontrar el centro.
¿Recuerdas cuándo nos hacíamos uno? El vaivén del océano te trae a mí.
Eras una ola entrando en mi playa, suave y sin pausa.
Para nosotros el amor también era morir un poco. Nos abandonamos tantas veces a la violencia de nuestro propio brío. Recuerdo temerte un poco, levemente. Lo suficiente para hincar pequeñas mordidas de fiera sobre tu piel húmeda y enterrar mis uñas en la firmeza de tu espalda. Como para aferrarme a las columnas de tus brazos mientras mi cuerpo liviano giraba sobre las sábanas al ritmo de tu voluntad.
Reímos, ¿recuerdas?
Una cascada cristalina de carcajadas, cómplices de una conversación interrumpida por un hilo de gemidos. Deposité en tu oído historias inconclusas con voz jadeante.
Dejaste entre mis piernas, sobre mi sexo, palabras saladas que subían por mi vientre y se depositaban en mis labios dejando un gusto dulce y denso.
Nos hicimos noche esa tarde. Y supimos convertir muchas noches como esa en amaneceres violeta y naranja. Las pieles teñidas con los colores de la aurora que nos espiaba por la ventana.
Te recuerdo, ¿recuerdas?