Por: Abraham Jácome
Twitter: @chicosintuiter

 

«Desde que tengo cierta consciencia de las cosas, he necesitado escribir. Sin embargo, nunca he sabido de qué».

 

Últimamente no se me ha ocurrido nada que escribir. Es entonces cuando uso textos que nunca recibieron la difusión que merecen. O que tuvieron más de la que merecían, entonces ya no importa de todos modos. Pero esta vez decidí escribir algo nuevo, algo que, empero, no puede tratar más que de la misma sensación de no tener nada que decir.

Y es que la pregunta es: ¿en qué medida es requisito tener algo que decir para poder escribir? Como esa gente cuya excusa para no abrir una cuenta de tuiter es: “siento que no tengo nada que decir”. Yo siento lo mismo, y aun así puedo escribir muchas cosas. No solo en tuiter, también aquí. De hecho, lo estoy haciendo en este momento.

No es lo mismo “decir” que “escribir”. Me refiero a que “decir”, si bien está tomado en un sentido figurado y lo que todos hacemos en Internet es escribir –más allá de los vloggers o quienes recurren al soporte audiovisual para realmente “decir” cosas, aunque incluso ellos escriben y dicen a partir de un guion–, no es lo mismo simplemente decir cosas por ahí a escribir “de verdad”. Alguien seguro ya ha tratado académicamente el tema de las características en común entre la oralidad y la “escritura del decir”, que no es nada nueva, pero que, debido a Internet, hoy tiene más presencia en nuestras vidas que en ninguna otra época.

Cabe mencionar que esto no viene de alguien que concibe la escritura como algo “elevado”, peleado por completo con la escritura cotidiana. Al contrario, creo que esta última puede generar textos de calidad dignos de ser leídos. La diferencia radica, sin embargo, en la intención y la atención propias de cada actividad.

Cualquiera dice, no todos escriben. Escribir es una tarea harto complicada y no estoy exagerando. Una vez más, no es cuestión de elevar la escritura a alturas inalcanzables; falsa sublimación. La dificultad de escribir radica en la necesidad de una muy precisa administración de las expectativas, no necesariamente en la “altura” de los textos. Escribir implica invertir la cantidad apropiada de atención e intención y, acto seguido, satisfacer a la segunda. Por lo que el reto está en ponerle una medida justa y realista a la expectativa.

Hasta aquí todo muy bien, excepto que lo anterior es prácticamente imposible. Y he ahí la complicación de escribir en contraste con decir.

En el fondo, escribimos para destruir violentamente todo lo que nos rodea. O para crear el triple, no importa, que viene siendo lo mismo. El punto es que escribimos para hacer un cambio, sea visible o no, y éste requiere un esfuerzo, una voluntad descomunal que muchas veces termina lanzando nuestras expectativas hasta el cielo. Éstas, por su parte, mientras  vuelan por los aires, pierden su proporción con la realidad del texto que producimos y es así que surge la desilusión por la propia obra y el bloqueo subsiguiente al escribir.

En esas condiciones, escribir es un acto temerario, radical y absurdamente ambicioso, pero en igual medida inevitable. Escribir es un acto imposible pero necesario.

Hoy pude haber escrito acerca de futuros utópicos, personas insólitas o situaciones improbables, pero el peso de la expectativa es insostenible por momentos. Y eso es quizá lo que me ha venido pasando desde hace semanas.

Por eso, decidí usar esa sensación y escribir un texto sobre mi completa incapacidad reciente para encontrar temas para escribir. Y heme aquí, escribiendo sin tener idea de lo que digo.

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