Por Bibiana Faulkner
Facundo comienza a hablarme de ella, pasan las horas y él no se detiene.
En la habitación somos nosotros dos más seis botellas de vino reventadas en el piso.
—¿Por qué hasta ahora, Fabián?— me pregunta Facundo con cada cigarrillo que enciende como esperando una respuesta que yo jamás podría darle.
Hace algunos años, Facundo cayó en la desgracia de haberse enamorado de Marina, una chica hermosa con una sonrisa delicada y unas manos algo más que celestiales. En aquél entonces, ella estaba completamente loca por otro hombre. Aquél hombre era yo.
He ahí el porqué de la “desgracia”.
Marina y yo fuimos en algún momento un mismo cuerpo. Siete años han pasado y Facundo todavía la siente ahí, adentro, como si fuese suya.
Yo sólo la quiero; él la ama todavía.
Hoy, ella le ha marcado después de tantos y tantos meses de ausencia y le ha invitado a tomar un estúpido café.
—De repente descuelgo el teléfono y está ella ahí pidiendo verme, mujer maldita— me dice Facundo después de la pregunta de cada cigarrillo.
Los papeles han cambiado: Marina se ha enamorado de Facundo no tengo ni puta idea en qué momento ni por qué. Tal vez por la insistencia y deseo del hombre por un amor que no tuvo a tiempo.
Facundo llora, y así viéndolo asfixiarse en su dolor, le he gritado que si no la olvida con el tiempo, a ver con qué.
—Ya no la espero, Fabián, ni esta vida, ni la otra, ni las demás— Facundo exhala, por fin.
Suena el teléfono.
Voces.
—No quiero café, quiero una cama y te quiero a ti para destenderla— dice Facundo con ironía.
—Ahí estaré— contesta Marina.
Facundo sale de mi casa cabizbajo y sin prisa. Advierto en el piso una hoja en forma de carta que él ha olvidado para Marina: Te amé siempre y te amo todavía, pero en esta historia ya no cabes.