Sexo mañanero, bar, sol, arena y mar
Por Bibiana Faulkner
Me había separado de mi pareja hacía un par de horas por causa del sexo mañanero. Yo no había querido, ¡¿qué no era mucho más importante un café?! Lo que yo deseaba al despertar era un café chiapaneco orgánico en un cuarto donde solo cupiera su olor con los restos de dos cuerpos, no volver a enredarme en un par de piernas que buscaban continuación de una batalla ya terminada. No entiendo la fijación por el sexo al despertar, ¿a qué se deben las ganas?, ¿se necesita más empeño por las noches?, ¿por qué buscamos con tanta ansiedad no sentir ausencia?
Bebí dos tazas de café y después salí a caminar a la playa. La noche anterior, una mesera me había comentado que justo a las siete cuarenta de la mañana, el reflejo del sol en el mar regalaba fotografías memorables, entonces me encaminé a apreciarlo sin prisa y al terminar, fui directo (como en modo automático) a apartar el camastro más cercano al bar. Ese lugar era importante, por supuesto, pero la gente no tenía idea de cuánto. Solo algunos tendrían la desdicha de entenderlo. Ocho con cuarenta y cinco de la mañana:
—¿Hamana?
—Havana, ron.
—Ah, sí señorita, pero el bar abre a las diez.
Regresé al camastro tratando de asimilarlo todo: sexo mañanero, sol, arena, mar, doscientos dólares por noche en aquel hotel y un bar que abría hasta las diez. Si eso no era infortunio, entonces no sabía qué era. Volví al bar:
—La vida es finita, señor, y los viñedos, y las trufas de chocolate. Las reglas se rompen y hay paracaídas que no abren. Los príncipes besan ranas, los sueños también se reservan y los popotes que usted pone indiscriminadamente en las bebidas terminan en el hábitat de los delfines. Lo quiero con Coca y agua mineral.
Me dio la copa a escondidas y yo la bebí como si me pagaran por anunciarla. Comenzaban a correr las horas y los padres de familia regalaban dosis de sonrisas a sus esposas, mientras yo les regalaba una buena dosis de torticolis cuando ansiaban verme las piernas en mi corto camino hacia el bar. Nunca he entendido bien de qué trata la vida ni por qué hay tanto fanatismo en los filmes de ciencia ficción cuando se tiene más en la vida propia, aunque no se entienda bien.
Julio apareció a lo lejos y comenzó a andar hacia mí, no parecía contento (¡Pero la culpa era del sexo matutino, no mía!), se sentó a mi lado en el camastro:
—Bibiana, creo que este viaje ha probado lo incapaces que somos para comprendernos. Creo qu…
Lo callé, le dije que eso lo hablaríamos a solas, así que pedí una copa más, le tomé de la mano y caminamos (como en modo automático) hasta nuestra habitación. Estaba anocheciendo y a esa hora yo no quería café ni quería regalos del mar; nunca había aprendido a escuchar y no sabía a qué hora cerraban el bar, así que desabroché mi sostén y lo empujé a la cama como en modo automático.