Por Rebeca Leal Singer
Twitter: @Rebecrop
Seleccioné al incómodo vuelo
del analgésico y el blando olvido,
para representarme y darme auxilio
en el físico nivel del suelo.
En el ánimo paralelo al descuido,
dos almohadas fomentan la respiración.
Es la cama una brisa que asfixia
y dibuja la aguja que pica y perfora.
En ella soñé que crecía.
A mis dieciséis, mi madre acostada en la misma.
El cáncer no se contagia,
la neumonía, sí.
El bexaroteno que funciona como magia,
que comienza con la misma letra que el Zyclon-B,
que como un diente afilado ha talado los bosques.
Lo difícil que es reír sin moverse,
o intentar dejar de ser el pilar primero,
el pilar que fue roído por termitas.
Mi abuela, la judía, aún teme al gas Zyclon.
Como Art Spiegelman, yo fantaseaba con semitas,
que me encontraba en la regadera tan limpia
y de pronto era súbita muerte.
Cabeza rapada como la de ella,
en parte por quimioterapia, en parte por ser judía.
El compuesto nuevo es meramente indefinido,
en la que es empátogena, en la que es ella.
La metilendioximetanfetamina es la droga del amor
y de la euforia.
La que mezclócon el vacío y la falta de memoria,
como las pastillas anticonceptivas que alguna vez tomé,
sequía de vida y sequía de muerte.
No, no menos promesa que aquella que callé,
tampoco menor al deseo apestoso que se impregna,
en la ropa, en el cuerpo y en la suerte.
Vete, vete, fuera, fuera.
Te he advertido antes de que muera,
un cuidado en la escucha y en las voces,
en medicarse un poco menos que lo he hecho,
sin cuestiones que adelanten el futuro,
ha sido una vez desde antes presagiado.
Terminar ingiriendo la cura que nunca llega.