de Quentin Tarantino

por Arturo Garmendia

Sirva esta pequeña nota para consolidar la opinión negativa que me mereció la primera parte de esta película de Quentin Tarantino. Como queda dicho, en aquella cinta se preocupó más por orquestar fastuosas coreografías fílmicas con base en distintas disciplinas de las así llamadas “artes marciales”, que en dotar de un contenido a su fábula y en dar algo de vida a sus actores marionetas.
En esta segunda parte se suceden los encuentros de La novia con sus victimarios para ofrecernos nuevos duelos, que a estas alturas ya nos parecen trillados, y una secuencia en la que la protagonista recibe adiestramiento y adoctrinamiento en el arte del combate oriental a manos de un monje guerrero, que no hace sino impulsarnos a evocar con nostalgia El tigre y el dragón, la multi-oscareda cinta de Ang Lee. Ninguna de estas secuencias de acción se compara favorablemente con la dinámica batalla contra los ochenta y ocho gatos, o la estilizada secuencia de esgrima en la nieve de la cinta anterior.
Lo peor de todo es que la única expectativa que el nuevo filme podía satisfacer era esclarecer el porque de tanto encono de Bill y sus secuaces contra la aparentemente frágil Uma Turman; y viceversa. La respuesta a este enigma, que se prolonga a lo largo de las dos cintas prueba, según un crítico de cine “que Tarantino también tiene corazón”. O sea, que hemos asistido a una sucesión de encuentros sangrientos, varias muertes violentas y una que otra práctica sádica sencillamente porque Bill se sintió herido en su machismo por el abandono de La novia; y ésta tomó tal decisión bajo el imperio de sus instintos maternales . . . . ¡Vaya historia!.
Lástima grande del talento de Tarantino. Mejor suerte en la próxima.

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