Ya no estabas en ninguna parte de la casa
Por Bibiana Faulkner
Hice una lista de los lugares donde ya no estabas, para que finalmente partieras. La compuse de corridito y sin parar, como un día mi padre me dijo que escribiera cuando se tratara de una mujer. Y siempre parto de ahí, de sus memorias tan rotas como su corazón, para no perder el hilo y cada palabra siga un ritmo que jamás deseo alterar. Por eso compuse esta lista, porque de canciones no sé nada, y porque de mujeres tal vez tampoco.
– Ya nadie hablaba de ti, pero insistías en ser atendida.
– Ya no estaban tus fotos, pero insistías en causar nostalgia.
– Ya no había de tus libros en las repisas, pero insistías en ser leída.
– Tu arpa había sido vendida, pero insistías en ser escuchada.
– Ya no estabas en las ventanas, pero insistías en traspasarlas.
– Tu aroma ya no se percibía en el aire, pero insistías en ser respirada.
– Los pájaros que decían ser tuyos habían volado, pero insistías en cuidar el nido.
– Tus ropas ya no adornaban el piso de la habitación, pero insistías en ser sentida.
Terminé la lista. Ya no me causabas encadenamiento absurdo o una oración de trompetas a punto de estallar. Me había acostumbrado a olvidarte todos los días, no había sido fácil, por supuesto, el tormento parecía no tener fin cuando decidí apartarte de mí, que era más que un saco de huesos, de vanidades, de miserias, de piel, de un pecho, de un alma con un par de alas descosidas, y sin embargo lo había logrado no sé de qué manera. Ahora no estabas en ninguna parte de la casa, y la casa también era yo.
Ya no te quería, y así terminaba la historia.