La historia de mis padres
¿Cuándo hablas con Dios, le platicas de mí?
Estoy segura que mi madre diario le pregunta a mi padre, pero él no lo sabe.
Algún día te contaré la historia de mis padres y de cómo se destruyeron. Alguien la tiene que contar. Alguien sobrio y lleno de razón. Alguien que no sea yo.
Si bien es cierto, hay muchos tipos de personas: hay quienes nacen para estar juntas y lo están aunque sea poco tiempo, hay quienes se obstinan en estar juntas porque creen ciegamente haber nacido el uno para el otro, hay quienes saben de una manera inexplicablemente perfecta estar destinados el uno para el otro y jamás se encuentran, hay quienes se encuentran pero jamás podrán estar juntos, hay quienes no son correspondidos y aún sabiéndolo, deciden encontrar ahí su lugar, hay quienes son cobardes y no luchan por quedarse y también hay quienes se quedan solos. Y aunque en la magnitud de lo posible, estar solo (sin una pareja) sea una minoría, creo fielmente que la soledad es a veces más miserable si se vive en compañía.
Bien, mis padres pertenecen a los del primer tipo. El amor lo que provoca es la falta de raciocinio y es bastante claro que mis padres, en la inmensidad de su irracionalidad, se perdieron para siempre.
Ellos juraron ante ellos mismos, ante desconocidos, ante sus seres queridos y ante Dios, quererse toda la vida, respetarse y todas esas palabras sumergidas en un discurso absolutamente emocional. Ellos se conocieron hace 26 años, pero se amaban desde hace 67.
Mis padres se separaron hace algunos años y se divorciaron hace poco con el deseo de recuperar su estabilidad emocional, pero son ciegos, no se dan cuenta que la estabilidad sirve de muy poco cuando el añoro hacia el otro es casi tan inevitable como respirar, pero también son fuertes supresores de sus propios deseos. Sin duda, los humanos encontramos más lógica en nuestras contradicciones, ¿o no, padres míos?
Ellos, cuando vieron que ya no se tenían para destruirse, lo hicieron por separado: primero dejándose, luego obligándose a construirse lejos de ellos mismos.
Es por eso que a veces me conviene pensar, que entre más nos amamos más nos destruimos. Por supuesto, no siempre y no todos. Por supuesto, quienes hemos nacido con la incapacidad de comprender el amor.
Entonces, mis padres son un bonito ejemplo de dos personas que nacieron para estar juntas, pero que tienen una torpeza incomprensible para amar. Al menos me han regalado esta historia breve y con olor a dos. O se me han regalado ellos para que yo descubra en qué tipo de persona he de caer, y aunque sé que soy torpe también, pues seguro de ambos lo heredé, destruir nunca ha estado en mis planes, y supongo que a veces aunque no lo quieras e incluso así lo alejes con fuerza natural y especial, la destrucción es tan consustancial al ser humano como la mentira, como la piel, como el corazón, como la finitud, como aquello que también le regalamos a quien creemos, nacieron para estar siempre con nosotros.