Y para cada guerra, una batalla perdida

Por Bibiana Faulkner

Recuerdo que el único lugar en donde estabas segura era mi pecho; ahora solo quiero que salgas de ahí.

Probablemente lo único que ella necesitaba era ser salvada, solo que nunca lo dijo y yo lo comprendí cuando ya se había marchado.

Lo comprendí absolutamente todo bastante tarde; las huellas que iba dejando me mostraban que si se iba, era para no volver, ni siquiera la mirada, menos un paso.

En esta historia nuestra, esa mujer me lanza al vacío y como si fuese cualquier pasado de cualquier cuento, ella se marcha sin temor. Ella había encontrado a alguien que la buscaba amar más nunca me escuchó cuando le supliqué “quiero ser yo”… o tal vez me faltó gritarle con algo más que la voz.

Probablemente ella solo caminaba para que yo la encontrara en la vereda y nos formáramos para siempre como líneas perpendiculares, probablemente ella requería vivirnos en una esfera o direccionar ecuaciones que descansaban en la simplicidad de un hoy no te resuelvo. Hoy entiendo que si no tuve fe y tuve pies torpes, entonces fue razón para nunca poder alcanzarla.

Hoy no culpo ni siquiera al tiempo; hoy ni siquiera sé si le haces falta a nuestra casa; hoy no sé si pude haberme ido yo primero. Hoy solo pido, con el alma abrasada, que abandones mi memoria y te desprendas de mi pecho, que vueles tan alto como dos alas rotas puedan y que te vuelvas historia, para que entonces te vayas.

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