Por Bibiana Faulkner
Heme aquí una vez más hablando de tetas porque por qué no.
Bien, se toparán algunas veces durante el texto con estas dos palabras juntas: “qué cosa”; quiero que cuando las lean, me imaginen frunciendo un poco el ceño, moviendo la cabeza a modo de desaprobación y con un tono pintado de lástima.
Me gustan mucho las mujeres de tetas grandes. Creo que de alguna manera vive en mí un deseo reprimido por externar que me gustaría usar un brassier mayúsculo, pero solo un poco, jamás como el del tamaño de las tetas de las mujeres que me gustan, pues seguramente se cargan a veces con dificultad de un lugar a otro. Vaya cosa tan sufrible que a veces el viaje de esos pechos no sea sobre mi cuerpo y sea adentro de un sostén, qué cosa.
Por otra parte, no son de mi agrado los pezones y areolas gigantes. No se trata de tamaño, no, se trata de inmensidad sincrónica en hermosos senos.
Después de dejar en claro mi gusto excepcional por dicha parte del cuerpo femenino, debo confesar que algunas veces he fumado solamente para hacer enojar a mi madre pues también con mis actos quiero hacerle saber que no soy una niña, aunque a ella le cueste trabajo aceptarlo, y a mí creerlo. Qué cosa.
Y no quiero tener hijos ni quiero casarme. Tal vez no le esté huyendo a los compromisos como mi terapeuta a veces afirma, sino que en realidad poseo cierta aversión hacia los contratos que deben firmarse por un amor paradigmático, ¿o será muy difícil entender que alguien en la faz de la puta Tierra no sienta ese deseo de ser madre, dar pecho a un humano que te desgarrará la vagina, enseñarle a articular palabras, enseñarle a cambiarse, a defenderse, a leer, a recitar poesía? Porque podría arriesgar mi cuerpo solo a lo primero (el desgarre vaginal) y pagarle a una tutora para que haga todo lo demás, pero después sería estigmatizada por el mismo niño o por la sociedad, o incluso por mí, cargando una culpa por la soledad de un niño que en realidad no debió haber nacido. ¿O por qué se supone debo mecanizarme a firmar contratos matrimoniales de la misma manera que el flujo de la sociedad corre y se envenena? Definitivamente no me parece justo, pareciera que vivir libremente es decisión de un jurado de convenciones sociales y de un estado (hablando en términos políticos) incompetente e invisible de pies a cabeza. Qué cosa.
Y no, tampoco me gusta esa idea de compartir mi cama solo con la persona que comparta mis latidos. Qué envidia la mía si fuera así, habiendo espacio para dos en una cama, no entiendo por qué deba desperdiciarse placer y sitio, jamás lo entenderé.
Y sí, escribir sin ilación y terminar un texto bruscamente es lo más liberador y falto de gracia que puede existir, por eso muchas veces lo hago siempre así.