Por: Gabriel Umaña
Twitter: @literficio
Estamos colgados cabeza abajo
al borde del aburrimiento.
Estamos alcanzando la muerte
en el final de una vela.
Estamos intentando conseguir algo
que ya nos ha encontrado*.
Jim Morrison
Lo imagino moviéndose con torpeza frente a una mujer exuberante, bella. Mi mente lo dibuja con olor a whisky, con la mirada enchapada en corrosivo metal, con las manos temblorosas aforrándose al cuerpo femenino. Presumo de su imagen estática —pasmada—, tratando de moverse como ella, consiguiendo con su esfuerzo que su cuerpo parezca convulsionar en cámara lenta, como si estuviese imitando los comandos sincrónicos de un autómata. Aprovechando la secuencia del baile, lo veo rodeándola con los brazos, restregando su miembro sobre las nalgas de ella.
Supongo que no conoció de reguetón, champeta o merengue. Supongo que de haber tenido ocasión de internarse en uno de los establecimientos de Cuadrapicha (en el sur de Bogotá), habría pensado del baile como una mierda tercermundista increíblemente sexual. Lo supongo, como una reflexión interior que pretende derrotar los límites del espacio y el tiempo.
Cuando le preguntaron a Bukowski (padre del realismo sucio y uno de los escritores estadounidenses de mayor influencia en las letras jóvenes latinoamericanas de la actualidad) por la obra de Norman Mailer, respondió que le gustaban sus mujeres. Y es que Mailer se casó seis veces, apuñaló a su segunda esposa y, sin dar crédito a los métodos anticonceptivos, tuvo nueve hijos.
A Mailer se le conoce como el escritor egocéntrico por excelencia. Un tipo rudo, bien informado, contestatario. Acusado por muchos de racista, estuvo en la cárcel luego de participar en una de las tantas marchas que en los años sesenta se levantaron en contra de la intervención norteamericana en Vietnam. Fue periodista, ensayista y guionista de cine.
“Los tipos duros no bailan” es el título de una de sus novelas más comentadas. En 287 páginas, Mailer cuenta la historia de un escritor martirizado por el fracaso de su obra, que un día despierta en medio de una terrible resaca (guayabo para Colombia y sus gentes, entre las que me incluyo), con el recuerdo vago de un asesinato, del cual podría haber sido el autor material. Invadido por la incertidumbre de la presunta culpa, se sumerge en el mundo sórdido de los Estados Unidos, narrando, sin pretensiones gramaticales, su búsqueda de la verdad en medio de un ambiente machista, contaminado por el homosexualismo.
Idealizado por muchos, Mailer se paseó por la agenda mediática norteamericana despotricando de los políticos de su país, levantando ampolla con cada línea hasta convertirse en un ícono de las letras de la contracultura, pues este gringo que de vivir en Colombia hubiera sufrido el mote de ‘dumbo’ y tal vez hubiese terminado muerto en una riña callejera luego de una noche de copas en algún prostíbulo de la “Zona de Tolerancia”, es una de las influencias más fuertes que tuvo Jim Morrison a la hora de escribir sus versos.
Que sirva entonces su amarga crítica contra el sistema, el derroche de verbo opositor, su vida cargada de excesos, la belleza de sus mujeres, y las canciones de los Doors para reconocer que los tipos duros no bailan. Por lo menos en el primer mundo así parece ser.
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*We’re perched headlong/On the edge of boredom/We’re reaching for death/On the end of a candle/We’re trying for something/That’s already found us. (Freedom Exists – Jim Morrison)