Por: Citlalli Toledo
Twitter: @citlalli_toledo
Como cuando sentía tus labios recorrer cada parte de mi cuerpo, esa forma tan perfecta de expresar un todo a lo que para ti fue nada.
Yo tenía tantos deseos por ti, tantas ganas de sentirte no sólo en cuerpo, sino en alma sabiendo que era yo quien entregaba y perdía más, consciente de que no entregarías más de lo que podías (imaginando que sí querías), únicamente besos, un cuerpo, tu envoltura, tu superficialidad, tus ganas de sentir que te pertenecía.
Te pertenezco.
De pronto, nuevamente tus labios en los míos, en mi cuello, en mis hombros, en mis senos, mi espalda: tus manos acariciándome al compás de tus besos.
Silencio.
Las palabras no son necesarias cuando nos conectamos de esa forma, decimos tanto entre caricias, besos y miradas, tanto que pareciera, nos conocemos de toda la vida.
Tú con tanta experiencia, desapareciendo poco a poco ese grado de inocencia que aún conservo…
Yo con tantas ganas de aprender un poco de ti, sin dejar de sentir ese temor de conocerte más allá de lo debido, dejando de lado el tiempo, el lugar, el exterior, nunca el momento, nunca el interior, nunca a nosotros.
Creyendo que, aunque el tiempo casi nunca estuviera a nuestro favor, podríamos lograr escapar de nuestras vidas tan opuestas para vivir la que por decisión propia, por deseo, nos correspondía y sigue correspondiéndonos; creyéndonos libres esos minutos, esas horas, pero estando presos en ti, en mí, en nosotros.
Entregándonos, apropiándonos el uno del otro, pero evitando ciertas palabras, ciertos sentimientos, ciertas expresiones y, a veces, nuestros encuentros, que, si bien se aplazaron, llegaron a concretarse,
logrando que dos mentes, dos cuerpos y dos corazones ajenos, se convirtieran, por minutos, en uno, en tu propiedad, en mi propiedad, para después de algunas horas perdernos por otra larga temporada sabiendo cuándo y dónde puedes y podremos encontrarnos, pero esta vez, sintiendo.