Por: Bibiana Faulkner
Twitter: @hartatedemi

 

Despertar pensando en ti.

Almuerzo con mi madre y platicarle de ti, también de los libros y la fruta que me regalas. A mi madre le da algo de gracia saber que me regalas mandarinas a manos llenas, pero no me preguntó por qué, supongo que le basta el color naranja, ¿a quién no?

Cantar la canción en inglés que tanto ha costado aprendernos porque la parte rapidísima del hip hop.

Comer rosquillas.

Mientras me baño, recordar la vez que hicimos el amor en la playa porque aunque a ninguna convencía completamente la idea dada la incomodidad del escenario, nos arriesgamos. Y estuvo bien. Maravillosamente bien. Estúpidamente bien. Hermosamente bien.

Después la caminata por las calles de la ciudad y a mi mente el día que nos conocimos. Desde aquél día amo el vodka porque sin él jamás me hubieras besado por primera vez. O no sé. Luego insistí para que me besaras en pleno estado de sobriedad, pero a mí siempre me ha encantado sentir el sabor del vodka, o ron, o coñac, o vino en tus labios, entonces ya no importó tanto.

Y a cualquier hora revivir más memorias nuestras.

Comer a solas en la plaza central de esta ciudad que es tan parecida a tu corazón —porque nunca descansa y recordar la última vez que me despedí de ti: me fui con un hueco en el pecho y te quedaste con otro en el tuyo. Y desde antes de aquella despedida saber que siempre has sido para mí.

A media tarde escuchar tangos españoles y a mi mente cuando me dedicaste uno para conquistarme, pero para ese entonces ya era demasiado tarde porque no sé cómo ni con qué pretexto, como diría Benedetti, ya lo habías hecho.

Luego ver películas, ver Amélie y entender por qué te gusta tanto.

Entonces platicar en la cena de nuestros viajes fugaces a todas partes, incluso a parques de nuestra ciudad y besarnos detrás de los árboles de más de cien años. Y sonreír. Y sonreírnos.

Beber coñac, una copa, dos copas, muchas copas. Y evocar las copas de tus senos.

Responder que estabas tan destinada a ser mía que cuando quisiste alterar tu destino, se repetía la historia, entonces decir que llevamos tres vidas juntas y sin enojarnos cuando me preguntan cuánto tiempo tengo contigo.

Amarte tanto que al cerrar los ojos, llore.

Pensar en ti, sentirte tanto que al guardar silencio, llore.

Tener todo el amor desde adentro y hasta la piel, que tú, al tocarme lento, me hagas llorar.

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