Por Mayra Carrera
Twitter: @Advanita

Hace mucho tiempo que no sé qué es sentirse feliz.

Antes con cualquier cosa yo era feliz. Me daba felicidad hasta un simple bocado que me llevara a la boca, no por algo peso como 100 kilos. Me daba felicidad tener un libro y más aún cuando terminaba de leerlo. Cocinar es otra de las cosas que me daban una felicidad desmedida, ver las caras a mis comensales al probar algún platillo mío y escucharles que aquello les había encantado me hacía sentir como una actriz que acaba de ganar el Óscar. Me paraba frente a ellos para agradecerles con una cuchara en la mano, imaginaba que estaba en el teatro Kodak frente a mil actores y actrices y daba mi discurso de agradecimiento. No me cabía tanta felicidad en el pecho.

En el pecho, la felicidad siempre la sentí en el pecho.

Entonces puedo decir que mi felicidad tenía medida: 36-D para ser exactos.

Pero no quiero hablar de esas cosas banales, quiero hablar de la felicidad, de esa que ya no siento; hace mucho tiempo que soy tan infeliz por más que leo libros y por más que como, no la encuentro. Ahora peso como 120 kilos y de la talla del brassiere ni hablemos porque me dará más depresión.

Confieso que la cocina me asquea, hasta ese gusto perdí. Antes la estufa era como mi mejor amiga y yo olvidaba todos esos desprecios mientras doraba cebolla, mientras el fuego me calentaba las tetas. El fuego fue el único que me calentó las tetas en estos últimos 3 años. A veces mi teléfono olía a ajo y a mí me daba por llorar porque mientras cocinaba, siempre checaba el teléfono por si a ese hombre se le ocurría llamarme. No todo el tiempo olió a ajo, hubo veces en que olió a cebolla, o a romero. Pero sea cual fuera el olor, yo siempre lloraba.

Lloro por todo. Antes lloraba por nada. Que es lo mismo.

Un buen tuit sería “llorando y picando cebolla porque ya va a llegar este hombre”, pero pues nunca llegó, por eso jamás tuiteé eso. Hace tiempo que también perdí el toque que me caracterizaba en esa hermosa red social que es Twitter; escribo por escribir, y me odio por eso.

Ya no cocino.

Ya no canto.

Pero sí lloro. Y mucho.

Creo que es hora de cambiar mi biografía en Tuírer. Creo que es hora de aceptar que ya ni leer me funciona y que ya no me quemo las tetas y que ya no soy talla 36-D, que no peso 120 kilos y que solo soy una mujer que lo perdió todo.

Hasta la dignidad.

Tengo que aceptar que hace ya mucho tiempo dejé de ser lo que solía ser. Si es que en algún momento fui algo.

¿Saben? Mi teléfono ya no huele a ajo. Ahora huele a soledad, imaginen lo que es eso.

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