Por Citlalli Toledo
Twitter: @Citlalli_Toledo
Los bares nunca han sido mis aliados cuando necesito olvidar porque resulta el efecto contrario: vienen a mí todos los recuerdos, sobre todo si me hago acompañar de alguna amiga que conozca la historia. Esta vez no fue la excepción.
Yo intentaba no hablar mucho, pedimos una cerveza y comenzamos la conversación sobre lo realizado en el día, escuchábamos al trovador y, de repente, salió a flote el tema de las relaciones amorosas, la que ella actualmente mantiene con alguien y la que yo había “terminado” meses atrás.
Pasaban los minutos y cada vez todo se centraba más en mí hasta que mi amiga preguntó:
—¿Qué es lo que tanto te gusta de él que te impide decirle adiós?
Me quedé callada, levanté la mano para que el mesero se acercara, pedí un ruso negro y seguí en silencio. Me dispuse a escuchar al trovador y ella optó por lo mismo. Llegó mi bebida y al instante pedí otra igual, esta acción se repitió varias veces. Después de seis rusos negros me dispuse a contestarle.
—Estuve analizando la respuesta a tu pregunta, a ciencia cierta puedo decirte que, su sonrisa, su buen humor, su inteligencia, entre otras virtudes, son las que me gustan, pero no las que precisamente hicieron que me enamorara de él— le dije.
—Entonces, ¿qué es lo que te enamoró de él?— preguntó ella.
Le hablé al mesero y pedí un tequila; no fui capaz de contestar la pregunta.