Por Dulce Villaseñor
Twitter: @Doolcevita

 

Intento escribir a diario. Intento escribir lo que me pasa, lo que invade mi cerebro y me despierta a las tres de la mañana sin razón aparente, como quienes creen que su sueño es interrumpido por las brujas o los demonios. Yo he descubierto que los monstruos, los que me despiertan, están adentro y son reales, cohabitan en cada víscera que me compone y me acarician mientras lloro, son tan míos que incluso les debo gran parte de lo que soy.

Por noches enteras, ellos me defendieron de la vida y me arrastraron con su lengua a lo más profundo de su garganta donde nadie podía verme, donde encontraba un refugio cálido en el que podía conformarme con ser un mero esbozo de persona. De los monstruos aprendí a ser valiente, intensa, firme, y si bien nunca me liberaré de su presencia, he encontrado la forma de guardarlos en un rincón apartado de mi sonrisa a un lado de los recuerdos dolorosos y a kilómetros de la mujer que siempre he querido ser.

Esa forma de ocultarlos es escribiendo, escribiendo a diario, un poco, mucho, a veces solo una línea que me reconcilie conmigo misma, y en otras ocasiones poemas extensos que me dejan muda, tranquila, en paz. “Una palabra tuya bastará para salvar mi alma”, dice la Biblia. Y vaya que no soy religiosa, pero una palabra… una palabra sí que puede salvar almas. 

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