Por Fernando González
Twitter: @DePapelyTinta
Siempre he pensado que escribir es la mejor manera de guardar a las personas porque ahí uno se hace intacto y, a veces, hasta eterno. Y porque los cajones siempre me han parecido el destino más despiadado y trágico para las memorias. Entonces decidí escribirte de todo lo que acá adentro está imaginándose.
Te platico que las palmas de mis manos siempre me preguntan por las tuyas: que por qué no están tocándolas. Que así ha sido durante un tiempo y que, a decir verdad, así lo será un tiempo más. Que a veces te llamaré por teléfono porque tu voz es la mejor anestesia para la aflicción de mis antiguos desamores. Que siempre que te vea será con la sonrisa más leal que se me verá y que justo después te abrazaré fuerte —muy fuerte— como queriendo adherirte a mi piel. Que de vez en cuando te molestarás conmigo e ignorarás mis llamadas y mis mensajes solo para esperar qué haré para remediarlo; entonces llegaré a tu casa con algún presente y te besaré las manos hasta que me respondas con oraciones y no con monosílabos. Que cuando tengas frío te extenderé mis brazos como refugio y cuando tengas miedo ahí mismo podrás dejar tus demonios.
Que a veces lloraremos y otras tantas reiremos, ambas por nimiedades. Que en algún momento nos perteneceremos y nos necesitaremos tanto que querremos poner los relojes en reversa para hacer el momento un poquito más eterno. Que nos pediremos perdón por las rabietas de los dos y nos eximiremos con besos, con muchos más besos que perdones. Que habrán momentos en que nos querremos abandonar, y está bien, porque justo será cuando entraremos en cuenta de que nada es tan grande como lo que nos ata, ni siquiera el abandono; porque el corazón no entiende ni obedece de razones. Que me dirás que me quieres y yo te corresponderé con las mismas palabras y el mismo amor. Que nos enamoraremos.
Entonces, pues, cuando leas esto, sabrás que fui tuyo antes de que lo supieras; que soy más tuyo que mío desde antes de que comenzara, desde antes de nosotros.