Por Fernando González
Twitter: @DePapelyTinta
Debo admitir que este relato, hasta ayer, hubiera sido totalmente distinto. De esos de amor profundo (perdido o vigente) que acostumbro escribir, pero luego me sucedió una de esas cosas que te hacen cambiar todo, incluso este relato.
La mayoría de las personas tiene por costumbre reflexionar sobre el valor de la vida: que cómo vivirla, que si la disfrutas, que si tal plan, que si esto, que si lo otro, pero nunca nadie se acuerda de la muerte; yo sí.
¿Cómo es que tenemos el descaro de planear vidas propias y ajenas sin considerar la muerte antes? ¿Por qué asumir que nos hemos ganado el derecho a vivir una eternidad junto a alguien —o algo— sin morir en el intento? ¿Por qué mentimos y por qué nos mentimos? ¿Cómo puede uno atreverse a hablar de la vida sin valorar el mayor impulso de la misma, la muerte? ¿Por qué retamos a la muerte? ¿Por qué nos cuesta tanto trabajo entender que son una pareja, que no funciona uno sin el otro, que son el superhéroe y el villano de toda historia?
No soy muy religioso, pero la comparación me acomoda. Digamos que la vida y la muerte son como el cielo y el infierno, el lado bueno y el malo. Que a la gente le aterra morir, pero quién dice que no se lo ha buscado. Que a la gente le aterra ir al infierno (por supuesto, suponiendo que hay vida después de la muerte). Pero por qué habría de vivir con el temor, si no es por otra cosa a ser uno mismo el causante. ¿Quién nos asegura que la vida no es el mismísimo infierno y la muerte el descanso que el cielo promete? Al final de todo, las pesadumbres que tanto aquejan a las personas durante toda su vida cesan al morir. ¿Por qué tenerle miedo a la muerte y no a la vida y sus distintas agonías?
Como dije al principio, ayer viví una situación que me hizo reflexionar y cambiarlo todo. No ahondaré en detalles, así que solamente me limitaré a decir que sufrí un accidente. Había vivido ya en otras ocasiones la muerte de cerca con algún amigo y familiares cercanos; también en alguna ocasión fui a dar al hospital y la viví de manera anunciada, por decirlo de alguna manera, pero esta ocasión fue diferente; fue totalmente inesperado y fue respirarla, sentirla, palparla. Desde adentro mío, puedo decir que para nada ves pasar tu vida frente a tus ojos como se presume desde hace varias décadas; en lo absoluto. Todo se vuelve blanco y no piensas en absolutamente nada. Tu cuerpo se inunda de una paz irracional y totalmente contradictoria al momento que está sucediendo. Se siente una empatía con la muerte y, por primera vez en tu vida, dejas de tenerle miedo, de verdad que sí.
Lo que quiero decirte, lector mío, es que no importa lo que hagas en esta vida, ni cómo pienses en gastarla, ni los planes que le tengas reservados, ni cuántos miedos tengas; al final, a lo único que tendré y tendrás que rendirle cuentas, lo único en lo que todo irremediablemente culminará es en una y solo una cosa: la muerte.