Por Karen Cervantes
Twitter: @karencitoww
“… y la vida siguió como siguen las
cosas que no tienen mucho sentido”.
—Joaquín Sabina.
De un tiempo para acá he cerrado más ciclos de los que he abierto: unos porque simplemente terminaron y otros por la vida misma. Pero el problema no ha sido ese, el problema es que no he tenido el tiempo para vivir el duelo de cada uno de ellos. Y porque la vida nunca se detiene he seguido, seguido sin detenerme a pensar en lo que ha llegado a su fin.
De pronto y por momentos he sentido un dolorcito, ese que da cuando debes decir “adiós”.
Hace poco aprendí una nueva palabra:
hipofrenia.
(s.) sentimiento de tristeza sin causa aparente.
Yo lo sentí y la respuesta llegó a mí. Creo que eso se debe a que no lloré, más bien no he llorado lo suficiente porque claro que he llorado —bastante de hecho—, pero por cosas tan banales que ya ni me acuerdo cuáles han sido.
No lloré hasta la última lágrima que debió salir, las contuve con tanta fuerza que esa fuerza se convirtió en algo que no sé qué es, pero que saca mi peor versión. En ese momento use como catarsis el llanto.
A veces necesitas un buen madrazo de este —como diría mi adorada Bibiana Faulkner— maldito mundo cabrón para darte cuenta de que los segundos, aunque pasan rápido, los tenemos contados y hay que saber qué hacer con ellos.
Y hoy termino un ciclo más. Yo provoqué este final y no porque abandone, lo dejo para ser feliz y encontrar mi camino; si crees que por irme soy más cobarde, te equivocas, porque soy más valiente yéndome para ser y hacer lo que realmente quiero, que tú quedándote por temor.
Me quedo con lo que alguien me repite constantemente: “All great changes are preceded by chaos”.
Hoy, en medio de la crisis, soy un caos, pero viene lo mejor y eso no vale la pena, vale la vida.