Por Bibiana Faulkner
Twitter: @hartatedemi
Como recordarán, hace 4 meses escribí mi historia de terror con los valet parking de Polanco (aquí les dejo el link para quienes no han leído la parte 1: http://bit.ly/1gMW0hD) y hoy vengo a platicar el desenlace de la historia; póngase cómodo.
Bien, logré una cita con Víctor Contamino La Miguel Hidalgo Romo y él dejó mi caso a cargo del departamento jurídico de la delegación —asumo yo que para no meterse con la SSPDF—. Durante los días posteriores a mi reunión con Víctor Romo, recibí llamadas telefónicas por parte del departamento jurídico para darle seguimiento a mi caso y, consecuentemente, llamadas telefónicas del propietario del valet parking y del propietario del restaurante Capri; al del Bellopuerto saquémoslo de la jugada (más no de las responsabilidades) porque se desentendió, de hecho me parece que pronto ustedes podrán encontrar en su nueva carta un plato fuerte llamado “mariscos de la vista gorda”. Nada nuevo, solo otro empresario irresponsable.
Benito Galguera, dueño del valet parking (valetero y estacionamentero [sic] como él se hace llamar) me citó amablemente en el restaurante Capri para encontrar una solución a todo lo que me había sucedido en manos de “franeleros” que se habían hecho pasar por su valet parking legítimo.
Le platiqué toda la historia a Benito Galguera y amablemente me platicó cómo operaba su servicio de valet parking (incluso sacó su ipad para enseñarme que tiene camaritas en sus estacionamientos), platicamos de lo bello que sería Polanco si dejaran de circular autos y solo hubiera gente caminando, me platicó que existía una persona por ahí mismo que se encargaba de rentar chalecos a los franeleros (para que la gente confíe y los aprecie como legítimos) y caminamos un par de cuadras porque el empresario se empeñó en mostrarme la diferencia entre choferes de valet parking y franeleros; lo que él buscaba decirme sin usar estas palabras era que yo había sido presa de franeleros en el lugar donde sus choferes recogían los automóviles, que los de él no habían sido. No lo negaré: por poquito y me la creo hasta que, después de la caminata, llegamos al valet de Benito (afuera del Capri) y le dije que uno de sus hombres (que parecía ser de bastante confianza para Benito), había estado aquella noche de todo el alboroto, pero no le dio importancia y yo no insistí porque temía equivocarme; acordamos que si el restaurante Bellopuerto no se unía a la solución, entonces él mismo me pagaría el dinero que gasté aquella noche. Nos despedimos y me quedé en mi auto observando a este hombre de confianza de Benito: era él el “franelero” que no encontré aquella noche (del comienzo de toda esta historia), el mismo que recogió mi auto y el principal responsable de esta hazaña. El hombre vestía un chaleco de “Valets Unidos” y era quien operaba esa parte de la calle del valet de Benito.
Para no equivocarme, regresé al lugar un par de días después con una de las amigas que había atestiguado todo y sí, en efecto, el supuesto franelero era el operario de Valets Unidos de Benito Galguera. A esto usted puede llamarle ironía. O como quiera.
Entonces, posibles escenarios: 1. Benito Galguera no tiene idea de lo que hacen sus trabajadores con su negocio; 2. Benito Galguera se hace de la vista gorda porque no sabe cómo combatir ese cáncer en su negocio; 3. Benito Galguera recibe parte del botín.
En fin, no quiero que este desenlace se trate de culpar a Benito en todas sus acepciones, pues esto va —por mucho— más allá de este valetero[ sic] y al final fue quien dio la cara y me resolvió el problema: el 20 de enero recibí un depósito de $500.00 m/n por parte de Benito.
A la SSPDF se la tragó la tierra, es obvio que Víctor Romo —con semejante campañota que trae— no quiere a la Secretaría en su contra y es más fácil dejar este tipo de casos a los particulares involucrados.
Este es el final de mi historia de terror, pero el inicio de muchas (pues cuando salió la primera parte de la historia, muchas personas se unieron y se quejaron porque también habían sido víctimas). Es un problema general al que no le veremos fin si la autoridad no se aparta de la mafia y si los particulares no extirpan tumores cancerígenos que van pudriendo su organización.
No se quede callado, alce la voz, únase y no se dé por vencido tan fácil, pues la fuerza y las ganas de justicia es todo lo que nos queda.