Por Yovana Alamilla
Twitter: @yovainila
Una vez escuché que cuando sintieras que tu fe comenzaba a decaer, solo pensaras en que sí tenías fe y así ella llegaría y crecería sola.
Particularmente, considero que hay muchas cosas que funcionan así y es que a veces solo basta con creer, vamos, con elegir creer. Entonces pensé que si así pasaba con algo como la fe pues pasaría igual con algo como la felicidad.
No sé si estoy cayendo en el cliché de decretar las cosas, pero considero que finalmente no importa porque en un mundo en el que constantemente estamos buscando la felicidad –en los lugares y de las formas más insospechadas–, llega a mi cabeza la loca idea de que lo que anhelamos quizá siempre ha estado ahí; como cuando tenías 10 años y tu mamá te pedía algo que estaba sobre la cama, entonces tú ibas y recorrías toda la cama con la mirada pero no encontrabas nada porque nunca bajaste la vista para buscar frente a ti y ¿qué crees?, ahí estaba.
Ya no se trata solo de buscar o distinguir la felicidad en los momentos pequeños y buenos que nos da la vida, ya no diré eso porque aunque sigo creyéndolo, también creo que puede llegarse a un punto en el que te descubres siendo feliz no porque te encontraste un billete con la cara de Diego Rivera en el bolsillo trasero de tu pantalón, sino solo porque sí, porque despertarse y te diste cuenta de que en tus manos estaba que ese temido lunes no fuera malo, que en tus manos estaba pasarla bien: elegir, decidir ser feliz.
No, juro que no era mi intención sonar a superación personal, solo que me parece que si ya tenemos el poder del libre albedrío –diría “inserte aquí el nombre de su superhéroe favorito”– hay que usarlo para el bien. Porque si mi capacidad de elegir conmigo, ¿quién contra mí?